Cuando Rodrigo era un bebé solo quería brazos en el momento de la lactancia. Fuera de esos instantes que compartíamos, que a mí tanto me daban, no quería que lo sostuvieran.
Ni que le cogieran.
Ni que le acariciaran.
Ni que le besaran.
Parecía que todo le molestaba.
Pasaban los meses y seguía así, y como madre primeriza, con ese mensaje retumbando en mi mente «no lo cojas en brazos que se acostumbra». Pensaba que era muy afortunada porque estaba criando un bebé independiente, aunque por dentro me moría de deseos de apretarlo contra mí y no soltarlo nunca.

No fue hasta cuando pasados los dos años supimos que nuestros besos y abrazos para él eran como cortes de cuchillas, pinchazos con alfileres, pellizcos incesantes…

Su sistema nervioso andaba desbocado y sus receptores sensoriales interpretaban como nocivas esas señales de cariño.

Y comenzamos a trabajar y a estimular. Masajes de todo tipo, con estímulos, texturas diferentes, en rutinas que repetíamos una vez tras otra, serie tras serie, día tras día…No fue fácil, no se dejaba, se retorcía, era incómodo, sufríamos ambos pero…un buen día le cogimos las manos y nos dejó hacerlo sin chillar.
Después acariciarlo.
Después abrazarlo fuerte.

Después dejarse besar.

Imaginad los que sois padres, sobre todo si no tenéis más hijos, lo que es querer y no poder. Sobre todo echando la vista a atrás…Un nudo en la garganta y el corazón encogido por la pena de no poder haber saboreado esos años que no vuelven, no se recuperan.

Es una de las tantas cosas que el Autismo nos ha robado.

Pero en la vida no todo son tragedias, ni blancos, ni negros. Los grises en nuestro caso son un auténtico regalo. Y es que un día, además de dejarnos abrazarlo, de pronto, comenzó a acercarnos su frente a la nuestra. Cuando desciframos su intención no pudimos gritar más de alegría: ¡quería que le diésemos un beso!

Y a partir de ahí fue un no parar.

«¿Me das un beso Rodri?» y puede que sí o puede que no y me lo hace saber con la cabeza o con un gesto, o si ese día está generoso, incluso algún sonido…
No hay niño en mi casa más cariñoso, mimosón e incluso pegajoso.
niño-TEA-besos
Niño.TEA-besos
Cuando lo veo acercarse a mí, decidido, sonriendo, me apoya sus manitas en los hombros y me acerca su mejilla es un regalo divino. Como poco.

Cuando además, él hace el ademán de darme un beso, intentando poner sus labios en mi cara ya es la felicidad mayúscula.

Es otra conducta repetitiva, pero de las que no cansan. De las que te pasarías el día recibiendo con gusto.

A todas horas, por la calle, en la parada, en casa, a la hora de dormir…
Siempre feliz.
Rompiendo esos estereotipos de que el niño con Autismo no está conectado, no siente, no expresa…
En algún momento estuvo así, es cierto, pero tras años de trabajo su personalidad afloró y superó esas barreras.

Y parece que Rodrigo se despierta todos los días con el mantra de «y besos, eso es lo que quiero, besos» como dice El canto del Loco, hasta que llega un momento en el que, entre risas le tienes que decir «Bueno, ya está bien, ¿no?»

¿Habéis visto alguna vez besos más dulces??

 

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