Llevo semanas fuera de onda, sin publicar, apareciendo de uvas a peras en redes…

Es verdad que he tenido un ritmo eventil frenético y sí, sarna con gusto no pica…A todos los viajes de locura, hay que añadir  el final de curso, y el volumen de trabajo de mi señor esposo que lo ha tenido fuera en más de una ocasión.

Pero, sin lugar a dudas, lo que más ha motivado el poco tiempo para dedicarlo a compartir contenidos ha sido la preparación de la mudanza, porque señoras y señores: VOLVEMOS A MADRID.

No me puedo creer que hayan pasado ya tres años.

Tres años desde aquellos días en los que lloraba de pena por marchar como os compartía en aquél momento en este post tan personal, aunque por otro lado me entusiasmaba la nueva aventura familiar.
Tres años de preparar viaje, colegios, casa…
Y ahora nos vemos en las mismas circunstancias pero a la inversa.
Mudanza-Niños-coche

Así estaban cuando llegamos en septiembre de 2015…

 

Mudanza-familia numerosa

Y así están en julio de 2018

A mí, personalmente, me está resultando más fácil.
Mi casa, la de Madrid es un lugar infinitamente mejor para vivir que la casa que teníamos asignada en Melilla. Eso sí es importante cuando somos tantos y pasamos gran parte de nuestro tiempo -incluso de ocio- en ella.
Las redes de apoyo, la cercanía a todo, a la familia, los recursos médicos y educativos, las alternativas para los niños…todo son mejoras y ventajas, y esos son hechos irrefutables.
En ocasiones la sensación de agobio, de falta de aire ha sido desesperante, sumado a la humedad y en general al mal estado de la vivienda (esto es un toquecito de atención al ministerio para que se pongan las pilas con los pabellones en esta ciudad…).
El colegio de Rodrigo que ha sido una pesadilla desde el primer momento, salvando a nuestra maravillosa fisio Virginia, a Belén y al personal de administración…
Los horarios escolares intensivos sin comedor…arg.
El tener que pasar 8 horas en un barco y luego unas cuantas más para poder disfrutar cuatro días de navidad con la familia. O dejarte medio sueldo en aviones si surge una emergencia. Porque aquí el transporte es mal.
Y entonces, ¿por qué he estado llorando desconsolada durante días? ¿Por qué hay momentos en los que la pena me consume? Porque evidentemente dejamos mucho atrás…Melilla no deja indiferente a nadie. Es una ciudad preciosa, y cómoda. Si te apetece pasear por el centro solo tienes que salir y en unos minutos estás en la avenida principal de compras, tomando un helado, o dando un paseo. En Madrid sabemos que eso no es posible.
Ese mar mediterráneo que a mí me da la vida, el paseo marítimo, el olor a salitre por las mañanas, el sonido de los barcos atracando, el estruendo de las gaviotas (mal que me pese…)
Pero, sin duda, lo que de verdad me genera desazón es la gente. Porque al final son las personas las que le dan sentido a la vida de uno, a las experiencias. Somos cúmulos de momentos, y los momentos importantes no los concibo en soledad.
Desde los compañeros de trabajo de #Elmaridode, pasando por los padres y madres del colegio de #Lade8 y #Elde6 (voy a echar de menos la recogida del cole, lo confieso), las entrenadoras, las mamás de gimnasia y, sobre todo, los amigos de mis hijos.
La despedida sí que ha dolido.
En el caso del pequeño, es verdad que ha repetido hasta la saciedad que no quiere mudarse, pero no acaba de ser consciente de que en cuanto acabe el verano no va a volver a ver a Pedro, Saulo, David, Carlota…Le falta ese punto de madurez.

Sin embargo la mediana…esa está sufriendo lo más grande.«Me duele el corazón mamá», me decía el otro día. Y es que ha tenido que despedirse de sus mejores amigos del colegio (Vega, Irene, Ana…) además de tener que decir adiós a su club de Rítmica (Diana y Adriana sobre todo).

Llevábamos tres años preparándolos, recalcando que era algo temporal, pero eso no ha evitado que el choque con la realidad no haya sido doloroso. Y verla llorar, sin comer, salir de la puerta del colegio y venir corriendo rota…eso me ha desmontado.

Además, la clase del pequeño le preparó un detalle precioso con dibujos de todos sus compañeros y un vídeo de estos tres años, con profesores incluidos. No puedo ni pensar en él porque ya tengo los ojos empañados (gracias eternas Jinny).

Y es que al final lo que nos duele son los hijos, ¿verdad?

Aprovechando que el padre de las criaturas tenía una reunión en Madrid, nos hemos venido de avanzadilla para ir tomando tierra.

Alejandro no se acordaba de nada. Absolutamente nada. Bueno sí, que dormía en un «cajón» (la cama nido). Hijo, si me estás leyendo, obvia esta parte en cualquier conversación que me buscas la ruina con servicios sociales…
Aitana jugaba con ventaja ya que estuvo en abril.
Y Rodrigo…ay Rodrigo. Fue salir del coche, entrar por la puerta Y SONREÍR. Me cogió la mano y se iba escaleras arriba directo a su habitación: SE ACORDABA.

No os imagináis el subidón que da eso. De verdad. En nada se ha puesto con el cajón de las cucharas, la nevera, el armario del desayuno, adoptando sus antiguas rutinas. Esto es felicidad inmensa.

La mudanza definitiva no será hasta agosto pero ha sido una decisión acertada venir para romper con esos días de despedidas tan duros y reconciliarse con la que, al fin y al cabo, es su casa.

 

De momento, yo en éxtasis porque estamos aprovechando para tirar sin piedad de todo, que madre del amor hermoso lo que teníamos acumulado. Debe de ser que los años le hacen a una ser más práctica y minimalista. Y oye, lo que me pone a mí ver montañas de objetos y trastos para donar y tirar…
Así que así andamos, con sentimientos encontrados, sinceramente, y un pie en la península…
Seguiremos informando, que esto no ha hecho más que empezar.

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