Llegamos de la calle a casa y lo primero que hace cuando aún lleva la chaqueta puesta es quitarse las zapatillas y posteriormente, con ansia, los calcetines. Esta acción la repite cuando llega a clase o a cualquier lugar. Da igual la temperatura o la superficie. Si está esperando la ruta y puede sentarse en el suelo en un descuido mío: calcetines fuera. Si estamos en el súper y él se sienta esperando a que coloquemos la compra: calcetines fuera. En el coche: calcetines fuera. Donde sea. Cada día.

Las conclusiones a las que he llegado como madre-observadora-24×7 son que, por un lado asocia ponerse calcetines con salir a algún destino concreto y por tanto una vez acabada la acción no los «necesita» y por otro lado una cuestión de alteración del procesamiento sensorial.

Respecto a la primera, al aspecto conductual, cada vez que me ve con ellos en las manos asocia que después van las zapatillas y nos vamos fuera de casa. Si ese no es el caso, si se los quiero poner como parte de su rutina de vestirse o porque estamos en invierno y hace frío por ejemplo, resulta imposible. Mueve los pies para evitarlo, mientras que le pongo uno ya tiene el otro fuera. Duran segundos puestos.

Y en el aula pasa exactamente igual, aunque claro, allí consiguen controlar de alguna manera dicha conducta proporcionando alternativas de actividades, algo que a mí me resulta imposible en casa a mayoría de ocasiones.

Más de una vez en el coche ha tenido que bajar descalzo porque no encontrábamos el dichoso calcetín, que igual acababa en el salpicadero o en el maletero.

Respecto a los problemas de integración sensorial, Rodrigo ha fluctuado siempre entre hiper e hiposensibilildad, dependiendo del momento, la situación o una época concreta de su vida. Esto nos ha hecho tener que ir modificando la manera de abordar el trabajo de manera constante según sus necesidades. Centrándonos en los pies, son una parte del cuerpo que llevamos trabajando desde el minuto uno. Por su deambular de puntillas, para fortalecer musculatura, mejorar equilibrio, tolerar texturas…

Es algo desesperante tras tantos años ver cómo determinadas conductas se han integrado profundamente y no vemos cómo modificarlas, y creedme, hemos probado todas las marcas de calcetines, no es cuestión de tejidos ni costuras.

Lo obligamos, se los pongo una y otra vez pero el resultado siempre es el mismo, calcetines fuera.

Os digo que, si antes contaba con una cantidad ingente de calcetines desparejados, ni os imagináis en su caso como es la cosa. Tengo civilizaciones de prendas que llevan esperando el regreso de su compañeros años.

Al margen de este drama doméstico, Rodrigo NECESITA sentir los pies libres al tiempo que experimentar la sensación de sentir el suelo bajo sus pies. De esta manera compensa la falta de información sensorial que le llega a través de los sentidos. Por contra, también necesita caminar de puntillas, de lo que os hablaré en otro momento, sintiendo esa presión en la almohadilla de los dedos, ya encallecida tras tantos años.

LLega un momento en el que lo dejas estar, y más ahora dadas las circunstancias -no está una para dedicar horas que no tiene solo para él, es triste pero es así-,

¿Está cómodo y feliz? Pues ya está. Asegurándome siempre de que el suelo está limpio, libre de elementos que puedan clavarse o con los que tropezar.

Experimentar descalzos es maravilloso, no me malinterpretéis. Sentir temperaturas diferentes, distintas superficies, texturas…Es todo un universo de estímulos para el desarrollo cognitivo. Pero todo tiene un momento, una edad, una situación, un entorno.

Rodrigo se ha quedado anclado en sus dos años y medio y ahí está, experimentando aún con sus pies y su boca.

Ahora por lo menos llega el calor y no me genera esa angustia de madre verlo descalzo todo el día «por si acaso» aunque sí, la roña que trato de quitarle a cada minuto me sitúa como una madre ansias de manual.

¿Conocéis a alguien que le pase algo similar? ¿Sabéis si lo ha podido modificar?

 

 

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