Ser madre hace que cambies tus prioridades y dejes de estar en el centro, especialmente los primeros años de vida de tu hijo. Si, además, se da la circunstancia de que la discapacidad entra en tu casa el rol de cuidadora lleva a una entrega y un desgaste que no pocas veces va acompañado de una pérdida de identidad y un abandono del autocuidado físico y mental. Porque la falta de sueño, las preocupaciones, la incertidumbre, las terapias, la vida te devoran.
Me ha llevado años entender que velar por mí era fundamental y que dejándome en última prioridad no ayudaba a nadie. Reconozco que hay aspectos que tendría que haber cuidado más pero no tiene sentido echar la vista atrás, ni mucho menos culparse. Las cosas han ido sucediendo de esa manera y lo importante es tomar conciencia de la necesidad de ser parte activa del cambio. Y este cambio ha sido gradual.
Hoy os comparto mis cambios a nivel de salud física, esa gran olvidada.
Lo primero que hice fue utilizar las herramientas que he aprendido y que pongo en práctica con otros (ya se sabe que en casa de herrero…) para establecer mi punto de partida, cuales eran mis prioridades y qué pasos iniciales iba a dar. Pequeños pasos con objetivos alcanzables y no por ello menos importantes.
El siguiente paso fue vencer mi reticencia a los médicos y comenzar a pedir revisiones. Os confieso que tras tantos años lidiando con experiencias ajenas y experiencias de familiares cercanos bastante dolorosas me han hecho desarrollar una faceta un pelín hipocondríaca. Pero no queda otra, y las excusas ya no me valen. Se acabó ese tiempo.
¿Resultado? que una mañana cualquiera me encontraba todavía cambiando pañales de mi hijo mayor y por la tarde ya tenía cita para consulta de Menopausia en el ginecólogo (hola premenopausia, ya estamos aquí…). Tratando estoy aún de abrazar esta nueva etapa que se va abriendo ante mí.
También fue gloriosa esa cita rutinaria al oftalmólogo a la que fui con la idea de cambiar mis gafas porque no veía bien (“será porque tienes los cristales algo rallados ya”) y como resultado media hora después me encontraba mirando ofertas de gafas progresivas en ópticas porque amiga, a tu astigmatismo y a tu hipermetropía se ha sumado la presbicia, o lo que es lo mismo vista cansada.
Así que, entre revisiones de suelo pélvico, una reserva en miller and marc para graduar las nuevas gafas, y una rutina diaria de ejercicio en la que el caminar 10000 pasos se hace una prioridad voy logrando tachar esos objetivos de mi lista. Y me siento TAN BIEN…
Y ese sentirme bien me ha llevado a subir un peldaño más y comenzar a establecer un ejercicio pautado basado en el trabajo de fuerza. Porque otra cosa no pero cuando tenemos hijos a cargo, o personas dependientes necesitamos tener esa fortaleza física para evitar lesiones y minimizar el cansancio. Acabo de empezar así que ya os iré contando, pero no descartéis verme en unos meses hecha una fitness-mom…
Acompañando a todo esto el haber conseguido reducir mi activación fisiológica (sin más medicación para la ansiedad desde hace un año) lo ha facilitado. Y aquí entramos en la esfera de la salud mental de la que os hablaré otro día, pero que se encuentra íntimamente relacionada ya que todos estos aspectos se retroalimentan.
¡Ah! Y no os he contado que también he logrado dedicarme un rato para cuidarme por fuera. Limpieza de cara, peluquería, un masaje…Hacía años, pero años y estos días han sido un auténtico regalo para mí. Porque lo he hecho exclusivamente por y para mí.
Sé lo difícil que puede llegar a ser. Sé que hay momentos en los que te pierdes. Sé que las necesidades del día a día, las urgencias, las horas sin dormir pueden llevarte a no pensar en tus necesidades. Pero también sé que llega un momento en el que tocas fondo, en el que el cuerpo, la salud física y la salud mental te da un toque de atención.
Intentar evitar llegar a ese punto debería ser nuestro objetivo, pero si la vida no te deja también te digo: nunca es tarde.