«Recomendamos que su hijo sea matriculado en la modalidad de Educación Especial«, o algo así. De eso hace ya mucho, pero es algo que no se olvida.
Cuando quedan escasos meses para que comience el proceso de escolarización, una no puede evitar pensar en su propia experiencia. Y es que la elección del centro escolar suele generar bastante estrés especialmente cuando es el primer hijo, o el colegio de nuestro interés tiene un elevado ratio de solicitudes, o no tenemos ningún centro educativo próximo, o no encontramos ese que era el de nuestros sueños, o… Esas mil variables que lo complican todo.
Cuando esa elección pasa por marcar una casilla que indica educación especial, que no es exactamente así ya que se realiza desde la sugerencia de un dictámen pero ya sabéis por donde voy, es otra cosa.
Es dolor, es mil dudas, es negación, es firmar sin mirar al papel deseando que todo pase cuanto antes. Es afrontar una reunión previa al inicio del curso y no querer abrir la puerta del colegio. Es aguantar las lágrimas mientras miras a tu alrededor.
Es todo eso y más.
Lo que sucede es, o al menos lo que nos sucedió a nosotros fue que, al cabo de unas pocas semanas veíamos a Rodrigo tan feliz, escuchábamos a profesores, a técnicos, a cada profesional que iba a trabajar con él y cuidar de él explicarnos el programa individual y de aula, ver cómo era esa relación, cómo abordaban el presente y el futuro…que todos los miedos se esfumaron en un abrir y cerrar de ojos. Y entendimos que habíamos hecho lo correcto.
Cada reunión, cada informe, cada foto, cada nota en la agenda es una demostración de lo que la voluntad y el buen hacer pueden conseguir. Porque si hay alguna agenda que abro con especial ilusión cada día es la de Rodrigo para ver no sólo cómo ha pasado el día, sino qué ha hecho, cómo lo ha hecho. Y es un subidón.
Cuando la Educación Especial se te planta frente a frente debes cambiar todas las ideas preconcebidas, muchas erróneas, y olvidar de establecer paralelismos o comparaciones con el modelo ordinario.
Así, a modo de resumen, se trata de una modalidad de escolarización de la Enseñanza Básica Obligatoria para aquellos alumnos con necesidades educativas especiales asociadas a discapacidad, que requieren adaptaciones muy significativas del currículo escolar y/o recursos personales y materiales no generalizables en los centros ordinarios.
Su finalidad: proporcionar procedimientos, estrategias y herramientas necesarias que faciliten su inclusión en el ámbito personal, académico y social. Sí, he dicho la palabra INCLUSIÓN en el contexto de EDUCACIÓN ESPECIAL.
Comprende alumnos con edades comprendidas entre los 3 y los 21 años de edad y se estructura en:
- Educación Infantil: de 3 a 6 años que, al no ser obligatoria, es posible que haya centros que no la oferten. Es la etapa en la que menos peques hay ya que suelen estar en centros ordinarios con plaza de integración. Se sigue el curriculum ordinario de infantil.
- Educación Básica Obligatoria (EBO): entre los 6 y los 16 años. Sería el equivalente por edades a Primaria más secundaria. Se distribuyen los alumnos en ciclos y depende de cada centro el cómo realiza las agrupaciones, que no necesariamente atienden a criterios de edad, sino más bien de homogeneidad, o competencias, etc… Rodrigo, por ejemplo, con 12 años se encuentra en Ciclo III, grupo C y en su aula son cinco niños de edades entre 11-13 años. No tiene porqué haber 10 ciclos atendiendo a los diez cursos que en teoría habría. Aquí se toma como referencia el curriculum de primaria y e base a este cada centro, y cada aula en concreto hace las adaptaciones pertinentes en cada área. Puede prorrogarse hasta los 18.
- Transición a la Vida Adulta (TVA): estaría destinada a alumnos a partir de los 16 hasta los 21 como máximo. El objetivo es el de continuar trabajando la autonomía personal y la integración social del alumnado de cara a maximizar el desarrollo de su autonomía en la vida diaria, en su integración social y comunitaria, y damdo orientación y formación laboral, y donde según los alumnos y sus posibilidades, podrá tener un carácter de formación profesional específica.
Y después ya llegan los recursos residenciales, pisos tutelados, centros ocupacionales, etc.
Este año, ya con Rodrigo entrando en breve en la adolescencia hemos visto cómo la forma de abordar su trabajo, cómo su programa individualizado ha cambiado radicalmente con respecto al año pasado. Las áreas principales están ahí: comunicación, control de esfínteres, socialización, etc. Pero la EXIGENCIA a nivel de autonomía ha tomado un carácter de objetivo primordial.
Cuando salimos de la primera reunión nuestra sensación fue la de «menuda bronca me han echado«. Os lo prometo, pero al mismo tiempo con una emoción por dentro difícilmente explicable. Y es que mientras que la profesora nos explicaba sus objetivos, veíamos cómo otra profesional llevaba a cabo tareas rutinarias con Rodri en el aula, sin prisas, con órdenes muy concretas, dando los apoyos justos y necesarios. Y mientras yo pensaba «este ni de coña lo va a hacer» de pronto lo veía ahí, haciendo caso y lo mejor de todo: intentándolo.
Intentándolo.
Y de ahí salimos con tema de reflexión para días.
Porque nos acostumbramos a ver a nuestros hijos con afectación cognitiva severa como bebés, como niños muy pequeños porque su capacidad es la que es. Entonces entramos en una dinámica de mínimos que a nosotros nos parece un mundo, cuando la realidad es que a veces, haciéndolo de la manera correcta, puede transformarse en máximos.
Nos hacemos a una serie de tareas, de acciones y damos por hecho que hay otras que no puede hacer. Pero sí pueden. Más despacio, más pacientemente, de manera más estructurada, y sobre todo, exigiendo con contundencia y siendo firmes. Porque como bien nos compartían (con su larguísima trayectoria como profesoras de adolescentes y adultos) es que precisamente se encuentra en una edad que cada vez va a complicarse más, y que con o sin discapacidad, implica desafío.
Que señores, que la adolescencia llama a nuestra puerta a la de ya, y si uno no está preparado con un niño normotípico, imaginad con uno con afectación severa y en Educación Especial. Y eso da PAVOR.
Que el momento es ahora, porque al llegar la adultez todo resulta mucho más complejo, menos modificable. Y así, día tras día, hemos ido siendo menos indulgentes, exigiendo un poquito más, para eliminar vicios, reforzar conductas, establecer nuevos hábitos, crear responsabilidades para él. Pero caramba, nunca es suficiente porque sabemos que en el colegio hace eso y más, multiplicado por dos. ¿Y por qué? Porque amigos, nos ha tomado la medida, y bien tomada. Porque sabe que si no coge la cuchara al final acabaremos dándosela. Porque si rechaza comer un sándwich no se cuantas veces al final dejaremos de hacérselo, pero en el colegio lo hace, casi solo.
Y yo leo esas cosas y muero.
Entre la emoción, la vergüenza, la incertidumbe,…
¿Me entendéis?
Y sí, acepto que no pocas veces lo infantilizamos, somos responsables de algunas de sus conductas, sin quitarnos mérito de todas las logradas, por supuesto!
Ahora nos han mandado deberes: que use más las manos, porque dado que su motricidad fina es bastante floja hay cosas que no hace porque él mismo se siente inseguro. Pues da igual, a tope con ello.
Nos han puesto un cordón en la cremallera de la cazadora y así él se la sube (porque bajarla sin problema). Ahora resulta que casi casi se quita la parte de arriba solo, cuando jamás de los jamases lo habíamos logrado dado que él con levantar los brazos y sacar la cabeza solo ya nos parecía un logro…
Y cada día un pasito más.
Porque no, los padres no lo sabemos todo y aunque en teoría somos los que «mejor conocemos a nuestros hijos», en las aulas, al menos de educación especial, su comportamiento y colaboración son distintas. Y tenemos que tener ojos y oídos abiertos, ser humildes y aprender, constantemente.
Por eso no hay día que no de gracias al nuestro colegio, a sus profesionales, a todos los que en cada ciclo nos han ayudado con estrategias, a nivel personal, emocional, porque están con nosotros en este camino que nos va a acompañar hasta siempre.