Hoy se celebra el día de la marmota, y seguro que la mayoría recordáis la película épica en la que Bill Mulrray vive una y otra y otra vez el mismo día hasta que logra demostrarle al universo que ha aprendido y que ha cambiado.

Pues así me siento yo con mi maternidad atípica: en un día de la marmota constante, pasado presente y futuro.

Porque lo que rodea a una crianza normotípica, bebés, lactancia, pañales, escuelas infantiles, noches en vela, dientes…todo eso ha ido evolucionando con mis otros hijos y dando paso a otras etapas, a cada cuál más emocionante, con diferentes retos, nueva para todos nosotros.

Sin embargo, con respecto a Rodrigo hay una sucesión de momentos, de características que permanecen, que no cambian, que llevo reviviendo durante 15 años.

Hablo por ejemplo del uso de pañal, de las malas noches, del tener que seguir haciéndome cargo de su cuidado personal, de vestirlo, asearlo, alimentarlo porque él solo no tiene las herramientas ni la habilidad para hacerlo.

En muchos casos puedo añadir la coletilla «aún», en otros esta nunca ejercerá de apellido, porque hay facetas de su vida que por su condición nunca cambiarán.

Esto lo revivo especialmente cuando lo llevo y lo recojo de la ruta escolar. Todos los días la misma rutina, prepara mochila, chaqueta, coger la correa de la perra, cerrar la puerta, hacer el camino… Todos los días las mismas calles, maldiciendo los coches aparcados en las aceras. Todos los días el semáforo que tarda una eternidad en cambiar mientras he de sujetar a Rodrigo para que no sucumba a la tentación de salir corriendo. Todos los días cruce con decenas de personas que suben y bajan de los autobuses del intercambiador, que entran y salen de la boca del metro. Todos los días esperar apoyados en la barandilla oxidada a que su autobús lo recoja, rar vez puntualmente…Todos los días esperar el mensaje que indica que han salido de la fundación para recogerlo y volver a hacer el camino a la inversa.

Todos los días.

Me veo igual que me veía cuando tenía 3 años y me veo igual que cuando él tenga 21, pero con menos fuerzas. Después…¿quién sabe si la rutina será igual? Aún desconocemos por qué camino le llevará la vida, a qué recurso habrá que optar, cuál será más idóneo para él, para su desarrollo y su felicidad.

Hubo un momento en el que me generaba una mezcla de tristeza, impotencia y derrotismo. Pero al igual que Murray, con el tiempo he ido aprendiendo, he ido transformando esta experiencia en una oportunidad de cambio, de mejora, de aceptación.

Hemos logrado flexibilizar ese camino que antes se convertía en una lucha por la negativa a caminar o a cambiar de itinerario, hemos logrado que disfrute esos minutos, que las esperas que siguen siendo complicadas lo sean menos.

Hemos logrado que esos tiempos sean instantes de alegría para él, en los que interacciona con nosotros -conmigo-, que ya no se estrese tanto con los peatones, aunque sigue haciéndolo.

Hemos entendido que está en el mejor lugar en el que podía estar, que lo dejamos felices y confiados y sabemos, sabemos que él siente lo mismo.

Un día tras otro.

Un día de la marmota para él tan importante que para nosotros el hastío que a veces nos llega (porque nos llega) se minimiza y se esfuma.

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