Tener un hijo con discapacidad severa supone, entre otras muchas cosas, aceptar que hay cosas que no puedo cambiar, que escapan a mi control y que solo puedo minimizar su impacto, aprender a reaccionar y adaptarme.
Una de las cosas que con el tiempo he ido superando han sido las miradas.
Cuando Rodrigo era más pequeño no es que me molestaran, no es eso. Me intimidaban más bien. Sentirme observada y sentir que lo observaban era incómodo y acababa apretando el paso, parándome, agachando la cabeza. Había agotamiento, inseguridad, tristeza en mi. Me daba la impresión de que el centro del universo era Rodri y que todo giraba en torno a él. Mi mente, que se encontraba rota en esos momentos, solo veía caras juzgando. Obviamente no era eso pero yo solo percibía rechazo y en más de una ocasión hubiera deseado poder esfumarme y desaparecer. Esa es la realidad. Que fuéramos invisibles.
Conforme yo sanaba e iba superando mi propio duelo, iba comprendiendo ese mundo que percibía hostil y en el que no encontraba mi lugar, Fui entendiendo que las miradas eran de desconocimiento, de temor a veces por lo que no se conoce, de curiosidad.
Cambió mi mirada sobre la mirada de los otros.
Y poco a poco fui levantando la cabeza un poquito más.
Iba comprendiendo mejor lo que suponía mi hijo para el mundo. Y yo por extensión.
A cada paso que daba me veía más en mi faceta de madre y no de madre de un niño diferente. Y digo diferente porque lo es, con todo lo que eso implica. El orgullo de mirarlo, de saber cómo se iba enfrentando a cada reto, de lo que iba logrando me hacía crecer. Conforme crecía quería compartirlo y ante las miradas yo también miraba diciendo: es mi hijo Rodrigo y con esos gritos está diciéndote que está feliz, o enfadado, o triste, o molesto, o ansioso…
Y seguía levantando la cabeza.
Y dejé de sentirme intimidada y absorbida por un mundo para sentirme fuerte, grande, empoderada y dispuesta a compartir todo lo que la diversidad me había aportado.
Todo por unas miradas.
Hablamos del poder de las palabras, pero las miradas tienen el mismo poder o más. Esas miradas directas que te atraviesan, las esquivas, las curiosas, las extrañadas, las asustadas…todas ellas responden a curiosidad, a desconocimiento, a sonrisas visuales…Y está bien mirar, al igual que está bien preguntar,
Rodrigo me ha enseñado a entender las miradas de la gente y a mirar de otro modo el mundo. Y es algo que siempre le agradeceré. He aprendido a ver lo que antes parecía invisible, a ver lo positivo entre la bruma del vertiginoso y complicado día a día, a ver lo divertido en lo rutinario, a ver la emoción en lo más sencillo, a ver el logro en lo que parece rutinario.
Y una cosa que me parece maravillosa: me ha enseñando a enseñar a mirar a otros. Ese es mi mayor logro, del que sigo aprendiendo y por el que doy gracias cada día.
Así que si miráis, gracias por lo que aprendo con vuestras miradas.