Ayer por fin llegó el día, ¡y qué día! Seis meses esperando, tachando días del calendario pensando en la Vuelta al cole y de pronto ahí estaba, y yo preparando una mochila que llevaba colgada en la percha verde de la sala de estudio desde marzo.

Soy una persona previsora, odio dejar las cosas para el final porque me genera muchísimo estrés. Prefiero organizarlo todo dias o semanas antes, para que nada falte. Me genera seguridad y minimiza mi ansiedad.

No nos engañemos, aunque una ya es veterana en esto de la vuelta al cole siempre hay nervios el día de antes, pero nada comparado con el día D. Esos minutos antes de dejarlos en la puerta del cole o en el autobús…Una mezcla explosiva de emoción, alegría, pena que en mi caso se vuelca en un desplome posterior en el sofá, como si hubiese corrido la San Silvestre del tirón.

Este año con más motivo.

Llevaba días posponiendo la preparación de las cosas que Rodrigo debía llevar al colegio. De algún modo mi yo más interior me estaba boicoteando porque el miedo era enorme. Y digo era porque una vez que saltas llegar no es tan complicado.

El centro nos ha estado enviando circulares relacionadas con normativa, protocolos, materiales desde finales de agosto, así que poco a poco el regreso era algo que pasaba de ser un anhelo a cobrar consistencia, ser un hecho. Y cada mensaje era una llamada a la calma porque ver que estaban trabajando en ello desde hacía meses, cómo se estaba gestionando a mi me ha proporcionado calma, seguridad y control.

Espacios acotados, comedor acotado, patio acotado, organización de turnos, entradas y salidas del centro super organizadas…Se ha tenido en cuenta la especificidad de cada curso dentro de cada ciclo, por lo que las medidas cambiarán. Absolutamente todo calculado al milímetro, y más importante áun, saber que esta semana les iban a hacer a todos los alumnos una PCR.

No os imagináis lo que supone saber que, asumiendo que estos niños son colectivo de riesgo porque una gran mayoría no va a seguir todas las normas de higiene y seguridad, se está trabajando para minimizar los riesgos en la medida de lo posible. Eso es un descargo enorme, pero enorme.

El día de antes fue una locura, no puedo definirlo de otro modo. Comprando y marcando mascarillas y gel, la nueva normalidad, con una mochila a rebosar ya que este año las circunstancias hacen que deban llevar y traer determinados enseres.

Enseres del colegio de Rodrigo marcados encima de una mesa

Una vez que todo estaba dentro la reacción del peque al ver su mochila apenas usada de la Patrulla Canina fue la de coger las zapatillas para irse. En ese momento volví a ser consciente -aunque nunca, a lo largo de estos 180 y pico días se me ha llegado a olvidar- de la necesidad de volver al colegio que tenía mi hijo. Tuve que explicarle, aún a sabiendas de que no me entendía, de que era para el día siguiente y la volví a esconder.

No os voy a engañar, dormí mal, muy mal. Por un lado la regla me estaba matando pero casi peor eran los nervios pensando en que marcara décimas al subir al autobús, que tuviera una crisis, que a media mañana me llamaran porque tenía fiebre, no lo sé. Mil cosas y ninguna. la mente es así, que te pone en la peor de las situaciones y se aprovecha de tus miedos, incluso de los más ocultos o desconocidos.

Despierta desde horas muy muy tempranas me dedique a hacer gestiones online, contestar correos y mensajes (lo siento por aquellos que hayáis recibido respuestas mías a las cuatro o cinco de la mañana, de verdad), me puse a planchar, a escribir, me tomé tres cafés…Estuve deambulando de un lado al otro de la casa, incapaz de relajarme. Me duché, me lavé el pelo, supervisé mil veces la mochila, preparé a Rodrigo a conciencia, les metí prisa a todos porque íbamos a acompañarlo en tropel al autobús un día tan importante, faltaría más, perra incluída.

Termómetro puesto, 36’2, perfecto.

Conforme llegábamos a la parada del autobús Rodrigo comenzaba a inquietarse. Una vez allí no estaba muy decidido. Esperar es algo que, aunque trabajamos, no lleva bien, y tras tantos meses no acababa de estar muy seguro de qué hacía ahí imagino. El transporte llegaba con quince minutos de retraso, es normal, hay que coger la medida del tráfico, depende del número de usuarios, ahora hay que poner termómetro, tienen sitios fijos asignados…Supone más tiempo por parada y hay que entenderlo.

Rodrigo de pie con la mochila puesta cogido de la mano de su padre, con cara de no estar muy convencidopar la Vuelta al cole

Rodri se quería ir, se tiraba al semáforo. Y entonces llegó, cuando se abrió la puerta y apareció Elsa, ya vieja conocida, se metió dentro con tantas ganas que casi se deja la mochila y ni siquiera se giró para mirarnos. Entonces respiré aguantando la emoción porque sí, los lagrimones me caían bajo las gafas de sol.

Pero estuve mejor de lo que me había imaginado. Es verdad que la primera hora la pasé apendiente un poquitín obsesivamente del móvil «por si acaso», pero después fui capaz de ponerme a mis cosas y desconectar, a ratos, hasta la hora de la recogida en la que estuve metiéndole prisa a mi marido (quizás un poquito demasiado).

Entonces llegó, con esa sonrisa de oreja a oreja, con la camiseta llena de chocolate y porquería y en la agenda la bienvenida de sus maestras, las mismas del año pasado.

Entonces supe que todo iba a ir bien.

Profesores en la puerta del centro educativo Gil gayarre con mascarillas puestas haciendo el gesto con el dedo pulgar levantado de que todo va a ir bien.

Imagen: Fundación Gil Gayarre

Loading