¿Me cuidé bien en el embarazo? ¿Hice todo lo que me recomendaron? ¿Podía haber hecho más? Tenía que haber comido mejor, haber hecho más ejercicio, dormir más, tomar más ácido fólico… Tenía que haber cogido la baja antes, haber hecho más reposo…

En el momento en el que somos conscientes de que algo no marcha bien, aún sin tener el diagnóstico en la mano, automáticamente aparece ella, la culpa, e irrumpe en nuestra mente con fuerza. Y conforme pasa el tiempo esta va engordando con cada miedo, cada frustración apuntándonos inquisidora y haciéndonos sentir tremendamente mal.

No hace falta que vengan los defensores de la Teoría de las madres nevera o los conspiranoicos desde la bioneuromeción a echar más leña al fuego, ya nos bastamos y sobramos solas porque al final todo recae en las madres. Y lo sabemos, pero este sentimiento es más fuerte.

¿Y esta terapia será adecuada? Si no avanza es porque quizás tendría que haber seguido por otro camino. Ya debería caminar, ya debería hablar, ya debería interaccionar. ¿Por qué él no responde? ¿Por qué no funcionan los pictos? ¿Por qué no consigo conectar? ¿Qué es lo que estoy haciendo mal?¿Por qué los otros niños SÍ llegan? ¿Qué estoy dejando de hacer?

Las noches se hacen eternas, las mañanas sin fin analizando cada minuto que pasas y no pasas con él, gestos, sonidos, acciones… Si no descansas te agotas. Si lo haces te sientes, de nuevo culpable por tomarte ese tiempo. Si trabajas como si no, da igual que sea o no una opción personal.

Hagamos lo que hagamos nos sentimos responsables. Nos sentimos mal. Sentimos el dolor más profundo y el peso de su avance sobre nuestros hombros.

Y no, déjame decirte que no. No es culpa de nadie. Es así porque así ha sido. Y a veces no se llega, a veces la severidad de nuestros hijos y las quizás comorbilidades existentes impiden o dificultan que lo que sí funciona a otros con los nuestros no resulte. A veces no llega, a veces lo hace más lento. A veces lo hace de una manera diferente.

Quizás solo debemos centrarnos en ellos sin mirar al lado. Quizás debemos enfocarnos en lo que realmente importa: en que los queremos por encima de todo, en que estamos a su lado, en que hacemos todo lo que está en nuestra mano con los recursos que contamos a cada momento. La autoexigencia no es buena consejera ni el perfeccionismo. No son virtudes, son trampas que nos acorralan y nos hacen vivir el presente. ¿Quién sabe qué será mañana? Lo que importa es el hoy y llegar al fin del día con la tranquilidad de saber que hemos hecho lo que teníamos que hacer.

Y os digo una cosa, cuando la culpa me ciega es la sonrisa de mi hijo, o un abrazo suyo, o uno de sus soniditos, o a lo mejor recrearme en algunos de sus pequeños pasos los que me devuelven la fuerza que la culpa me roba

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