Llega el momento de afrontar un largo, larguísimo domingo, lluvioso, que comienza a las cinco de la mañana, minutillo más minutillo menos. Sí, estos son mis hijos, la alegría de la huerta incluídos los fines de semana …
   Claro, a las diez ya has jugado tropecientas veces al escondite mientras haces camas («mami mami…búscanos pero NO mires en mi armario, ¿eh?») y recoges ropa por toda la casa (por TODA la casa, es increíble),  has puesto dos lavadoras, has recogido otras tantas, te has tomado tres cafés con leche que ya empiezan a hacer mella en tu pulso y el de casi siete lleva más de una cuarta de programa de trabajo diario realizado. Y son las diez A.M.
   En esas que el padre de las criaturas se dispone a sacar a pasear a la perra. Sí, tengo una perra, que más que una perra parece un caballo percherón, porque debe pesar como dos mil kilos. No he hablado antes de ella porque nuestra relación no pasa por muy buen momento, especialmente desde que se comió un plumífero nuevo de Mango unos días atrás….
   Bueno, a lo que voy, que el padre se dispone a darle una vuelta para ver si la sosiega un poquito acompañado de mi casi siete, dueño oficial de la mascotita en cuestión.  El peque tiene programa de equilibrio y de andar, para mejorar su marcha, y dar un paseo por el campo es un trabajo estupendo, así que no, no se libra.
   Problema, que está lloviendo. Pero parece una nube pasajera, bueno, con la capucha tiene más que suficiente, lo mismo crece y todo…
   Y de repente los otros dos aparecen en pijama aún, como una exhalación, reclamando su derecho a salir a pasear con la perra también. Por Dios…qué pereza ponerme a prepararlos ahora.
   «Pero chicos, si está lloviendo, quedaros aquí jugando…»
Que noooooo…..que quieren ir con papá. Desde que el susodicho ha vuelto no me conocen, no existo, no saben quién soy… Hoy la de cinco y pico me preguntaba: «¿Y tu nombre era…?» Y no he sabido si echarme a llorar o comprarle un De Memory. Aún estoy procesando ese momento.
   Pues ala, corriendo a vestirlos, sacar botas de agua,  y medio adecentarles la cara, que si por mi costilla fuese llevarían mocos hasta en las cejas. Y yo no hago más que ver que la lluvia aumenta de intensidad…
   «Que no, que son cuatro gotas» Vale, tú mismo…
   Y mientras ellos cuatro estrechan relaciones yo me tumbo en el sofá y me dejo llevar por la vagancia más absoluta hasta que cinco minutos después, cinco, suena el teléfono. «Vanesa, vete preparando toallas, cubos, ropa seca y una bañera de agua caliente…». No sólo el diluvio universal ha llegado al barrio -y ellos sin arca- sino que el ocurrente de mi marido les jalea para que salten en charcos de barro (con documento gráfico y grabación incluída). Maldita seas Peppa Pig, maldita seas…
   Y ahí los tengo media hora después, vaciando botas de agua en la puerta de casa, a tres fideos pasados por agua sin un centímetro de piel seca.
   Yo que había fregado mi suelo con tanto esmero dos veces, y ahora parece una pista americana con chándals, barro, calcetines y cazadoras.
   Todos a la bañera, los tres, y mientras mamá los baña a una velocidad maratoniana el padre se sirve una copita de vino para celebrar su hazaña y me suelta un jocoso: «Yo los he mojado, ahora tú los secas».
   Mi mirada ha debido decirlo todo porque de un salto está sacando y secando a tres uvas pasas tiritando, mientras yo resoplo y vuelvo a recoger ropa de tooooda la casa.
   Dios mío y sólo son las once…