Hace más de un año os contaba en esta entrada cómo había evolucionado Rodrigo en cuanto a emociones y lo mal que estaba llevando la ausencia de su padre debido a su estancia en Irak (que de seis meses iniciales al final fueron ocho). No quería oir su voz, ni verlo por skype. Se tapaba la cara, lloraba, se enfadaba. Llegó un momento en el que cada vez que me veía con el móvil me instaba con las manos a que lo dejara, por se se trataba de él.

Fue algo que no acabó de superar e incluso meses después de su regreso, cuando volvía de trabajar el primer gesto de Rodrigo era rechazo. Al cabo de unos minutos ya lo buscaba, pero el inicial era hacer pucheros y rechazo.

Nunca sabremos qué se le pasa por esa cabecita: enfado, tristeza, pena, abandono…pero sí que le afecta mucho.

Sorpresivamente este año nos encontramos con que en febrero mi marido tenía que irse de nuevo -regresó en mayo y cuando parecía que ya estábamos estableciendo una rutina de nuevo se nos rompe-. Esta vez cinco meses «solo» y a Roma. Lo bueno que tiene es que no hay diferencia horaria, que pueden hablar con más frecuencia y que al menos una vez al mes puede venir.

Va para cuatro semanas de ausencia y la cosa es que Rodrigo lo está llevando bastante bien.

Estuvimos anticipando muchos días, explicando, porque algo seguro que quedaría en él de todo lo que le contamos. Pero, el primer día que llamó y lo nombró por el teléfono en la video llamadada Rodrigo volvió a rechazarlo y a llorar. Desesperante. Al día siguiente tuvo una convulsión, algo que esperábamos, la verdad.

La segunda llamada tuvo el mismo efecto, y entonces me dije «esto tenemos que hacerlo de otro modo». Y, recordando algunas de las actitudes que Rodrigo tenía en el aula las veces que hemos ido a tutoría mientras no le mirábamos lo vi claro.

Plantemos las llamadas como una exposición pasiva. Sus hermanos y yo misma hablábamos con el padre al lado de Rodrigo pero sin hacer referencia al peque en ningún momento. Le dije a Luis que le saludara sin efusividad, solo con un «Hola chicos, y con la mano» y siguiera hablando con naturalidad, como si no estuviera. Mis hijos contaban qué habían hecho en el cole, lo que habían visto en la tele…y Rodrigo pasó de enfadarse a un estado neutro, y despedirse con la mano.

Al día siguiente repetimos y la sorpresa fue que Rodrigo movía la cabeza buscando la imagen de su padre!! Y como sus hermanos le tapaban, se incorporaba para mirar. Y así seguimos hasta que al final llegó la ansiada sonrisa. No os podéis ni imaginar ni por un momento el suspiro de alivio que dimos en ese instante, a la vez, y ese «por fin» de un padre super frustrado porque no sabía cómo hacer para llegarle a su hijo.

Y así estamos haciendo. Está presente, con sus días -por supuesto-, pero en general mucho mejor. Lo busca, saluda, se ríe, se va, viene…es su modo de participar, como hace cuando sus hermanos juegan o hacemos alguna actividad. Él no sabe interactuar pero está ahí, es presencia.

Esto ha hecho que gran parte de la carga emocional que supone estar sola con tres tanto tiempo se vea enormemente aliviada, la verdad. Hay mucho que trabajar, ver cómo podemos emplear el tiempo, qué le motiva, pero esto se cuece a fuego lento, paso a paso. Y este ha sido un paso de gigante!!!

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