Pues como en casa no teníamos jaleo, entre la vida dividida entre dos colegios, el inglés de extraescolares, el tenis de uno, la equitación adaptada del otro, el suzuki de otros tantos… a la niña le faltaba el Club de Gimnasia Rítmica.
Tras probar dos años en el colegio, y estar encantada de haberse conocido, mea culpa que, viendo aptitudes en la niña, la cambié a un Club donde iban las hermanas mayores de dos amiguísimas. En qué hora. Yo no estoy preparada para estos eventos tan profesionales. A mí dame un baile de fin de curso con tres saltos y un movimiento de culillo gracioso y me doy por satisfecha. Pero no.
Que si la lotería para ayudar al club. 50 papeletas, mi madre, a ver qué hago yo con ésto. Y cómo digo que no, que esos ojillos de la entrenadora lastimosos me han llegado al alma. No pasa nada, mi cuñada Mamen las endosa en lo que me hago un sandwich, menos mal (si alguien necesita vender que me lo diga y le paso el teléfono) .
Luego llega el festival. Por un lado con el entrenamiento extra, lo que me ha supuesto una lucha titánica por mantener a la criatura despierta al llegar a casa. Es que claro, regalándonos madrugones inhumanos, una no puede pretender asistir a clase, jugar en el arenero, darlo todo y luego entrenar sin consecuencias, con lo que a las siete de la tarde la pobre ya estaba en modo off completamente.
Por otro la dichosa camiseta negra de tirantes. Porque ponte tú, un 11 de Diciembre, en un Madrid con un frío que pela, a buscar una para una niña tan pequeña. Mi hija, una cursi de cinco y pico que lo único que tiene negro es una camiseta de Hello Kitty con un gran corazón y un I love you con purpurina roja. Y ahí tienes a la madre coraje, loca recorriendo todas las tiendas existentes, suplicando a otras «Wasapmamis» sin resultado alguno. Y lo que de nuevo toca (sí, de nuevo, ya soy veterana en estos lares): comprar camiseta de manga larga y tunear, y ahí me tienes, apurando el día de antes, cose que te cose, con mi madre en mente «punto ala de mosca» , y oye, lo bien que me quedó la camiseta de Danny Zucco, que yo cuando me pongo me pongo.
Que si la lotería para ayudar al club. 50 papeletas, mi madre, a ver qué hago yo con ésto. Y cómo digo que no, que esos ojillos de la entrenadora lastimosos me han llegado al alma. No pasa nada, mi cuñada Mamen las endosa en lo que me hago un sandwich, menos mal (si alguien necesita vender que me lo diga y le paso el teléfono) .
Luego llega el festival. Por un lado con el entrenamiento extra, lo que me ha supuesto una lucha titánica por mantener a la criatura despierta al llegar a casa. Es que claro, regalándonos madrugones inhumanos, una no puede pretender asistir a clase, jugar en el arenero, darlo todo y luego entrenar sin consecuencias, con lo que a las siete de la tarde la pobre ya estaba en modo off completamente.
Por otro la dichosa camiseta negra de tirantes. Porque ponte tú, un 11 de Diciembre, en un Madrid con un frío que pela, a buscar una para una niña tan pequeña. Mi hija, una cursi de cinco y pico que lo único que tiene negro es una camiseta de Hello Kitty con un gran corazón y un I love you con purpurina roja. Y ahí tienes a la madre coraje, loca recorriendo todas las tiendas existentes, suplicando a otras «Wasapmamis» sin resultado alguno. Y lo que de nuevo toca (sí, de nuevo, ya soy veterana en estos lares): comprar camiseta de manga larga y tunear, y ahí me tienes, apurando el día de antes, cose que te cose, con mi madre en mente «punto ala de mosca» , y oye, lo bien que me quedó la camiseta de Danny Zucco, que yo cuando me pongo me pongo.
Y cuando estando tan orgullosa de tener preparados leggins (o mallas de toda la vida), camiseta, espumillón rojo y cazadora negra prestada por el novio-amigo-pero-él-no-lo-sabe Nico, resulta que en la CIRCULAR (sí hijo, sí), había una línea que por algún motivo no leí o pasé de ella -que es lo mas probable-: la jovenzuela debe llevar algo lo más parecido posible a la equipación del grupo de «Compe» (competición para los que no estáis puestos, que yo soy muy moderna) Ale, a sacar maletas del altillo buscando ropa de verano y rezando porque haya alguna camiseta fucsia que le venga, mientras me entran los mil males sabiendo que tiene una y no sé si haciendo limpieza post-estival le di mejor vida. Pero no, ahí está, echa un gurruño pero súper fucsia ideal de la muerte.
Llega la mañana, con un estrés que no te quiero contar entre los nervios preestreno y la crianza en su conjunto, tratando de peinarla con cuatro kilos de gomina para que esos pelos de ratilla no se le escapen, y venga a estirar. «Pero mamá que me haces daño», niña tú calla y sujétate al mueble del lavabo que voy a ponerte la coleta bien tirante, así que cuando veas en chino me lo dices.Y ni un pelo se movió. Ni en el festival, ni durante el baño por la noche. No había manera de quitar ese engrudo, pero eso era lo de menos, porque bastante tuve con limpiarle los restos de máscara de pestañas que han durado casi una semana, que el lunes me daba vergüenza llevarla al cole por si pensaba alguien que me da por pintarrajear a mi criatura los fines de semana para tomarnos unas copichuelas o algo. Ya tengo más que suficiente con no haberle sacado un ojo pintándole el rabillo…
Tras llegar no sólo puntuales, si no hasta pronto (qué Santo se habrá caído) cogemos un buen sitio y venga, a esperar con paciencia, mientras no hago más que morderme las uñas pensando si irá bien, si la camiseta le quedará perfecta, si los pelos aguantarán, si el rimmel se habrá corrido, si la niña va a estar en lo que ha de estar o va a darse una vuelta por la luna de Valencia. Mientras, el de casi tres sin querer subir a las gradas, porque es mucho más divertido hacer el gusano en la pista y ya de paso quitarle trabajo a la contrata de limpieza, y el de casi siete se engancha del pelo de una señora rubia teñida mientras el pobre grita porque se aburre y no hay música. Y, entre el sofocón de la señora, a la que tengo que explicarle que el pobrecillo tiene unas manías poco adaptativas, y los gritos al gusanito para que haga el favor de subir, comienza el festival que dura una nada despreciable hora y media.
Menos mal que la de cinco y pico tiene un salero que no se puede aguantar, y, ni el hecho de que bailase con un dedo al aire por romperse una puntera, pudo evitar que por un momento me sintiese como la madre de Almudena Cid, con babas y todo. ¡Qué grande mi princesa!
Por la tarde hasta yo tenía agujetas del esfuerzo, y no pude evitar echarme una siesta histórica en lo que viene a ser mi rutina insomne. Qué gustazo.Voy a tener que estresarme más a menudo.
Ahora tocaba la guinda. El amigo invisible, que mira tú por dónde es para una adolescente de 13 años que no conozco de nada y que por supuesto mi hija adorada delega en mí. Y ahí me tienes, completamente entregada improvisando, borrando, limpiando, mientras el de tres y pico quiere ayudarte y tú sueltas un NOOOOOOOOO a unos 100 decibelios como mínimo cuando ves que coge el rotulador permanente y quiere dibujar una ardilla en tu amago de niña gimnasta, ardilla-rallajo que has de cubrir pintarrajeando de nuevo, mientras los dedos se van tiñendo de todos los colores y ni toda la acetona del mundo consiguen sacar los restos.
¿Qué quieres que te diga? Ya al final, como que me daba igual ocho que ochenta…que mejor o peor, más limpio o menos…La niña hizo su trabajo, su divina postal navideña para su amiga en cuestión, yo terminé algo medianamente decente para un bebé de guardería (chica, que recupere su niña interior), se celebró la fiesta, y todos felices.
Y no, no fue a la posterior salida de hermandad del club en la pista de patinaje sobre hielo, porque ya lo decía una mamá, «yo no dejo a está sola con unas cuchillas en los pies ni loca», ni yo, que con lo que me ha costado esta semana, como para curar heridas inevitables está una…
Llega la mañana, con un estrés que no te quiero contar entre los nervios preestreno y la crianza en su conjunto, tratando de peinarla con cuatro kilos de gomina para que esos pelos de ratilla no se le escapen, y venga a estirar. «Pero mamá que me haces daño», niña tú calla y sujétate al mueble del lavabo que voy a ponerte la coleta bien tirante, así que cuando veas en chino me lo dices.Y ni un pelo se movió. Ni en el festival, ni durante el baño por la noche. No había manera de quitar ese engrudo, pero eso era lo de menos, porque bastante tuve con limpiarle los restos de máscara de pestañas que han durado casi una semana, que el lunes me daba vergüenza llevarla al cole por si pensaba alguien que me da por pintarrajear a mi criatura los fines de semana para tomarnos unas copichuelas o algo. Ya tengo más que suficiente con no haberle sacado un ojo pintándole el rabillo…
Tras llegar no sólo puntuales, si no hasta pronto (qué Santo se habrá caído) cogemos un buen sitio y venga, a esperar con paciencia, mientras no hago más que morderme las uñas pensando si irá bien, si la camiseta le quedará perfecta, si los pelos aguantarán, si el rimmel se habrá corrido, si la niña va a estar en lo que ha de estar o va a darse una vuelta por la luna de Valencia. Mientras, el de casi tres sin querer subir a las gradas, porque es mucho más divertido hacer el gusano en la pista y ya de paso quitarle trabajo a la contrata de limpieza, y el de casi siete se engancha del pelo de una señora rubia teñida mientras el pobre grita porque se aburre y no hay música. Y, entre el sofocón de la señora, a la que tengo que explicarle que el pobrecillo tiene unas manías poco adaptativas, y los gritos al gusanito para que haga el favor de subir, comienza el festival que dura una nada despreciable hora y media.
Menos mal que la de cinco y pico tiene un salero que no se puede aguantar, y, ni el hecho de que bailase con un dedo al aire por romperse una puntera, pudo evitar que por un momento me sintiese como la madre de Almudena Cid, con babas y todo. ¡Qué grande mi princesa!
Por la tarde hasta yo tenía agujetas del esfuerzo, y no pude evitar echarme una siesta histórica en lo que viene a ser mi rutina insomne. Qué gustazo.Voy a tener que estresarme más a menudo.
Ahora tocaba la guinda. El amigo invisible, que mira tú por dónde es para una adolescente de 13 años que no conozco de nada y que por supuesto mi hija adorada delega en mí. Y ahí me tienes, completamente entregada improvisando, borrando, limpiando, mientras el de tres y pico quiere ayudarte y tú sueltas un NOOOOOOOOO a unos 100 decibelios como mínimo cuando ves que coge el rotulador permanente y quiere dibujar una ardilla en tu amago de niña gimnasta, ardilla-rallajo que has de cubrir pintarrajeando de nuevo, mientras los dedos se van tiñendo de todos los colores y ni toda la acetona del mundo consiguen sacar los restos.
¿Qué quieres que te diga? Ya al final, como que me daba igual ocho que ochenta…que mejor o peor, más limpio o menos…La niña hizo su trabajo, su divina postal navideña para su amiga en cuestión, yo terminé algo medianamente decente para un bebé de guardería (chica, que recupere su niña interior), se celebró la fiesta, y todos felices.
Y no, no fue a la posterior salida de hermandad del club en la pista de patinaje sobre hielo, porque ya lo decía una mamá, «yo no dejo a está sola con unas cuchillas en los pies ni loca», ni yo, que con lo que me ha costado esta semana, como para curar heridas inevitables está una…