Cuando a alguien en la antigua Roma se le ocurrió aquello de «Donde comen dos comen tres», probablemente se encontraba en un momento de euforia etílica o sufriendo un episodio maníaco. Porque ya lo adelanto, donde comen dos NO comen tres, ni por asomo.
   Ya es difícil el tema «Lista de la compra» para cinco sin dejarse el sueldo del mes en ello. Uno acaba sabiéndose de memoria todas las comparativas de magdalenas, galletas y leches existentes en el mercado. Ni te cuento cuando hay bebés en la familia, y es que se busca el céntimo en leches de continuación, potitos, toallitas, cremitas para el culete y pañales. Afortunadamente en mi tribu tan sólo debemos ocuparnos de estos últimos (por cierto, mi último gran descubrimiento ha sido la marca Smile que comercializa la cadena DIA, una pena no haberlos encontrado antes…)
   En fin, a lo que voy es que estos pequeños tienen la mala costumbre de comer todos los días,  y, aunque lo hacen en el colegio -comedores escolares el mayor logro educativo del siglo XX-, quedan desayunos, meriendas, cenas y fines de semana. Luego estamos nosotros, claro está, que bueno, necesitamos alimentarnos diariamente también…
   Así que, cuando te enfrentas a la ruinosa compra semanal y, para postre, tu hijo mayor resulta ser reactivo a un montón de alimentos, la cosa se vuelve más complicada si cabe.
   Porque chica, el hecho de que no pueda comer codorniz o champiñones no le va a traumatizar la verdad sea dicha. O que tenga prohibidos el café y el alcohol porque son tóxicos para él tampoco le van a suponer una modificación de dieta -si fuese así tendríamos un problema-.
    Pero cuando hablamos de azúcar, leche de vaca o cerdo la cosa cambia.
   No tenía ni idea de la cantidad de productos que llevan azúcar y leche hasta que me he vuelto una obsesa de los etiquetados. Olvídate de galletas, magdalenas, y bollos varios. Por supuesto cacaos, pan de molde, y la mayoría de leches comercializadas. Ni siquiera las vegetales ya que casi todas llevan azúcar (bendito Hacendado con su leche de soja sin azúcares añadidos) Nada de fiambre, ni yogures de sabores, ni batidos…Y claro, ES UN NIÑO….pobrecito mío.
   Cuando te pones a buscar en los lineales cualquier cosa que no lleve azúcar o que esté elaborada con leches-no-de-vaca, se te hincha la venilla del cuello al ver que seis magdalenas te pueden costar fácilmente tres euros. Y como leía el otro día en un foro «soy celíaco, no millonario…»
    Así que toca remangarse, ser creativo y a cocinar.
   Y oye, la leche casera de avena todo un éxito!! Y ni te cuento la nocilla handmade…la cara de felicidad de mi casi siete cuando le unto un trocito de bizcocho (de soja y azúcar de caña, claro) para merendar.
Así, poco a poco vamos reorganizando la rutina alimentaria en casa, quitando, introduciendo, y aprovechando este pequeño bache para hacer una vida un poquito más sana ya que estamos.
   Todavía hay días en los que después de haberme currado las albóndigas me doy cuenta de que son de cerdo y la cara de poker que se me queda no es nada comparada con la de alegría de mi casi siete al saber que, otra vez, tiene bizcocho con leche para cenar.