A estas alturas pocas personas debe haber en España que no hayan oído hablar de «Campeones» y de los tres cabezones con los que se alzó en la 33ª edición de los premios Goya, celebrada el pasado sábado.

Si no habéis visto la película, por favor, no tardéis: estáis perdiendo la oportunidad de vivir una auténtica experiencia emocional que no os va a dejar indiferentes.
Si no habéis visto el alegato y declaración de intenciones que Jesús Vidal, premio al actor revelación nos regaló al recoger el galardón, os suplico que lo busquéis y os deleitéis con uno de los mejores discursos de la historia de los premios. Sin duda.

“Señores de la Academia, han distinguido a un actor con discapacidad, no saben lo que han hecho. Ahora solo se me ocurren tres palabras: inclusión, diversidad y visibilidad. ¡Qué emoción siento!”

Y para terminar, haciendo suya una de las frases de la película, mientras se dirigía a sus padres concluía

«A mí también me gustaría tener un hijo como yo, por tener unos padres como vosotros».

goya

En ese momento ya no cabían más lágrimas en mis ojos y el corazón no podía latirme más rápido. Estaba tan emocionada que solo pude abrazar a mi hijo Rodrigo fuerte, mucho, y colmarlo de besos mientras me devolvía encantado una de esas miradas que solo él sabe regalarme y que me calientan el alma, mientras sonreía, como siempre.

Y mientras miraba a Rodrigo, veía a Jesús reflejado.

Y mientras escuchaba a Jesús no dejaba de ver a Rodrigo de pie, parado en el escenario hablándome.

Sentí admiración, respeto, ternura, dolor, alegría, esperanza mientras este hombre nos daba a toda la sociedad un ejemplo de superación y normalización. Entonces fue cuando me di cuenta de que esas eran exactamente las sensaciones que mi hijo me evoca cada día desde hace 11 años.

Cuando a pesar de haber pasado una mala noche, en la que hay dolores que lo hacen gritar o aparecen las convulsiones y aún así se levanta con una sonrisa perenne buscando mi abrazo y diciéndome sin hablar que «va a ser un gran día mamá».

Cuando a pesar de sus enormes dificultades motrices, intenta colaborar para desvestirse, hace el amago de ponerse algo aunque no atine ni por azar, coja las zapatillas y las sitúe delante de los pies y me coja la mano para que se las ponga…y nunca nunca nunca deje de intentarlo.

Cuando cada día trabaja su rutina de manera incansable para que todo esté en orden, y yo no me olvide de su mochila, o su desayuno, o su medicación, o las llaves, o el móvil. Porque gracias a él mi vida funciona en muchos aspectos con gran precisión.

Cuando tiene rabietas, crisis, conductas inapropiadas que reciben como respuesta una regañina y el rencor no hace asomo por ningún lado porque su inocencia es tal que solo busca que le consuele mientras llora y me abraza. Momentos en los que me hace aprender sobre disciplina, empatía, comprensión, paciencia, y en los que la maternidad y todo lo que implica cobran el mayor de los significados.

Cuando se levanta una y otra y otra y otra vez cada vez que sufre una mioclonía y sus piernas no responden, pero no deja de intentarlo, sin llorar, con tesón y determinación. Porque esfuerzo es una palabra que lleva grabada a fuego.

Cuando lo veo sufrir porque quiere comunicarme algo y no lo entiendo, y se derrumba. Cuando soy yo la que debe encontrar el modo y no dejar caer sobre sus hombros la responsabilidad de una acción que, aunque cuenta con la intención carece de herramientas para llevarla a cabo y me recuerda cuál es mi papel y porqué tengo que estar ahí siempre. Para él.

Cuando gracias a él, otras familias están aprendiendo el valor de la diversidad, de lo que es diferente, de que la maternidad es maravillosa independientemente de que sea típica o atípica, y de que se puede ser feliz a pesar de nosotros mismos.

El sábado mi hijo Rodrigo ganó un Goya. Y me lo dedicó.

Como una queridísima amiga y excepcional persona, como toda su familia me decía:

Goya Campeones

Necesitamos más personas así en nuestras vidas. Como Jesús; como Alejandra que trata de inculcar a sus cuatro hijos una vida basada en el respeto, la tolerancia, la aceptación, la igualdad, el amor; como Rodrigo…

Así que para mí este premio es de todos y cada uno de esos hijos que nos dan una lección de amor y fortaleza, cada día. Aunque haya momentos duros. Aunque en ocasiones no veamos la luz. Porque al final todo acaba tomando su camino, todo problema va encontrando su solución -aunque a veces no sea la que nos gustaría- y lo que realmente importa es la personita que tenemos ahí, mirándonos y sonriendo.