Literalmente, ayer por la tarde.
Como cada año desde hace unos cuantos, hay un día entero dedicado para la preparación, montaje, deleite y -ahora con el de casi tres- posterior destrucción de nacimiento y árbol de Navidad.

   Los roles están claramente repartidos: mi costilla baja las cajas, roba musgo del campo y prepara el aparador del salón para colocar todo el nacimiento en perfecta sintonía en unos quince minutos, y yo preparo el inmenso árbol, recojo y limpio en lo que vienen a ser varias horas.
   Ya sé que no es un reparto muy igualitario, pero era eso o dejar la decoración del árbol en sus manos. Y el hecho de imaginármelo todo lleno de espumillón añejo, bolas colocadas sin sentido, con mezclas de colores imposibles…sólo de pensarlo me produce un sarpullido. Porque podrá tener muchos dones, pero el sentido de la estética no está en su carga genética, qué se le va a hacer…
   Así que, como todos los años, tras montar el enorme árbol me dispongo a la noble y poco reconocida labor de engalanarlo para los próximos 30 días. Y no es fácil, porque seis años atrás, prácticamente recién mudados a Madrid, con uno de casi 12 meses y una tripita de cuatro y medio, mi esposo compró en Carrefour el árbol más grande que había, más de dos metros de alto, y triste porque el de dos cincuenta estaba agotado. Probad a montar eso en un piso, me río yo de los Reforma casas. No hay diseñador de interiores que haga hueco en un salón para eso. Menos mal ahora tenemos más espacio, porque de verdad me veía sacando los muebles a la calle, o a mi marido por gracietas (no se me había ocurrido esto último)…
   Bueno, pues el ritual comienza separando los adornos en ideales, monos, standard, defectuosos y estos-no-los-pongo-ni-loca (que casualidades de la vida, son los que mi costilla colocaría sin lugar a dudas, lo veís???) y la estrategia es colocarlos con un cierto orden, combinando colores y tapando espacios.
   Ahora bien, este año he tenido dos ayudantes, y si bien la de casi cinco ha sido toda una revelación (se me caen los lagrimones), el de casi tres ha sido un auténtico tormento. Lo de colocar las bolitas todas juntas en una rama tiene su pase, criatura, si no llega a la segunda rama. Pero que empiece a arrancar los colgantes de los adornos, mordisquear hasta sacar los palos de caramelo de las botas, a abrir los paquetitos de regalo decorativos – y cabrearse porque no tienen nada- eterniza mucho la tarea. Luego llega el momento de «¿Dónde están las bolas de princesas y animales?» Ay, hijo, de esas no tengo. Y una rabieta digna de tratado de Psicología Evoutiva I.
   Luego probamos a ver qué pasa si sacudimos fuerte las hojas. Anda, si se caen las falsas agujas de pino y se pone todo el suelo perdido, qué guay!!
   Y bueno, está su nacimiento de playmobil…gracias a Dios. Ahí ya me lo gané para el resto de la tarde, con una licencia creativa que ya quisieran muchos, combinando papá noel con reyes magos, que son caballeros y soldados romanos que juegan con todos los animales del pesebre en fila…
   Por otro lado, el padre dedicado en cuerpo y alma a recrear desde el palacio de Herodes, el pesebre hasta los pastorcillos cultivando acelgas. Un Belén muy sencillo y minimalista, pero que la verdad le encanta, nacimiento que, por alguna extraña razón cada vez tiene menos figuras, y entre las que quedan hay múltiples lisiados. Misterios de la natividad o un rubio que no llega a un metro bastante peligroso. Esta mañana ya estaban pollos, ovejas, cerdos y burros en procesión, palmeras y arbustos dentro del pesebre y ni una sola figura en el sitio donde se suponía que debían estar, además de convertir el molino en un cohete espacial. Verás cuando el padre del alma lo vea. No me lo pierdo por nada del mundo…
  Me resulta extraño verlo todo preparado un ocho de diciembre, pero hoy tenemos la arriesgada misión de bajar al centro a visitar Coritlandia. No hay Ginseng ni Apiserum suficientes para darme fuerzas para lo que se avecina….