Hace unos años. bastantes ya, asistí a un evento que me marcó. No logro recordar de qué contexto se trataba pero lo que sí recuerdo es que una de las oradoras en un momento determinado de su intervención comentó que no quería seguir yendo por la vida «tirandillo».

La mente es caprichosa y estos últimos días resonó este pensamiento de pronto, rescatado de algún cajón de ideas bien escondido.

Y es que es tan cierto…

¡Cuántas veces nos vemos a nosotras mismas tirando por la vida, conformándonos, pasando de puntillas, yendo a lo justo o lo que menos me gusta: sobreviviendo.

Soy la primera que en temporadas duras me convenzo de que lo importante es eso, sobrevivir, hasta que pase el chaparrón y luego ya se verá. Pero si algo me ha enseñado el tiempo es que eso es una milonga. Es una trampa que hemos aprendido que oye, está bien, es aceptable sino hay otra opción.

Pero si la hay.

Creo, firmemente que si la hay.

No comulgo con el positivismo ese que te dice que con buena actitud y una sonrisa todo se supera, se puede, se alcanza. Ese discurso es tóxico y lo que hace es que uno se sienta mal cuando intenta por todos los medios, utilizando hasta la última molécula de energía, sonreir a la adversidad y caramba, nada cambia…

No quiero decir con esto que la vida haya que afrontarla desde el pesismismo, la negatividad o el derrotismo. Lo que digo es que para mi la manera es hacerlo desde el realismo.

La actitud no lo es todo, es que hay circunstancias que no podemos cambiar. Lo importante es qué hacemos con todo lo que nos está pasando y cómo lo integramos en nuestra vida, en esa que sigue sobre todas las cosas y a pesar de ellas.

Por eso llegó un momento en el que me negué a resignarme, a sobrevivir, a ir Tirandillo.

Nunca va a llegar el momento perfecto. Siempre va a haber algo y más cuando se vive una maternidad diversa donde el estrés y las preocupaciones alcanzan niveles estratosféricos de por vida.

No quiero seguir viviendo a medias porque en el camio me he dejado mil y una oportunidades de aprender, de disfrutar de mis hijos, de descubrirme a mi misma. Porque se me ha pasado el tiempo Tirandillo a la espera, una espera que ha durado ya 48 años.

La vida no puede ir solo de esperar. Me niego.

Es cierto que hay épocas -que pueden ser una eternidad, créeme, lo sé- en los que me invade una sensación de tristeza pensando en esas cosas que me gustaría hacer y aún no he logrado. Eso me impide ver lo que tengo delante, lo feliz que está Rodrigo en el columpio mientras me mira, cómo Ale está jugando con sus amigos una partida online y las carcajadas traspasan paredes o cómo Aitana está experimentando un viaje lleno de descubrimientos por primera vez fuera de casa.

Y eso me lleba a reflexionar ¿qué es vivir con intensidad? ¿qué es para mi? Ahí es donde pienso que he de poner el foco para no perderme.

Mi vida es un deporte de riesgo y poder agradecer cada día y el que viene me ayuda a entender que aceptar y abrazar lo que tengo es todo. Especialmente cuando echo la vista atrás y recuerdo esos momentos en los que no era capaz de ver un futuro con claridad, y todo era oscuro.

Ahora convivo con mis lobos, mis miedos, mis anhelos, mis deseos frustrados pero les cedo espacio, un espacio destinado para ellos de manera que no invadan el resto de mi vida y que me dejen respirar y vivir, no sobrevivir Tirandillo.

 

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