No soy especialmente buena con las fechas ni tampoco reprimiendo emociones, nunca lo he sido, a excepción de un día como hoy, 13 de Noviembre .
Hace exactamente 12 años mi vida cambió y probablemente parte de la de Rodrigo también, aunque ¿cuánto? Eso nunca lo sabremos.
Hace 12 años yo me encontraba embarazada de 33 semanas y vivía en Melilla. En la semana 30, tras arreglarlo todo en el trabajo, ya que había acumulado vacaciones, me fui a Benidorm para programar el parto, ya que lógicamente quería estar con la familia, además de que no me permitían volar más allá de esa fecha. Mi marido en ese momento se encontraba de misión en el Líbano y su regreso estaba marcado para el 22 de ese mes. Así que sí, pasé seis fantásticos meses de embarazo primerizo sin él, algo bastante duro visto desde fuera, la verdad, pero que sorprendentemente no llevé tan mal, a excepción de las náuseas horrorosas que sentí los cuatro primeros meses.
Ese día, ese 13 de noviembre de 2007, a la una de la tarde, mi padre sufrió en mi casa un aneurisma aórtico abdominal -la aorta se había abierto-. Convulsionó, tuvo paradas cardiorespiratorias y hubo que operarlo para implantar una válvula.
Pasé doce horas sin comer de manera inconsciente, y cuando me tomé un respiro solo podía pensar en el daño que le estaba haciendo a mi hijo mientras tenía el estómago cerrado por el miedo de no saber si mi padre iba a despertar.
En un momento la doctora me dijo que llamara a la familia ya que de este procedimiento con sus características había un 90% de probabilidades de que no lo superara.
Aunque mi padre falleció el año siguiente en septiembre, para mí, ese fue el día de su despedida. Porque nada volvió a ser como antes. Fue un sufrimiento innecesario para todos. De ahí nos esperaron tres meses y medio en reanimación con infinitas complicaciones, infecciones, enfermedades asociadas…Luego seis meses y medio en casa -sin casi movilidad- hasta que finalmente no pudo más. Fueron diez meses horrorosos sobre todo para mi madre que tuvo que lidiar con esto sola, algo que le ha pasado factura a nivel físico y emocional.
Y ese fue el día en el que yo comencé a tener contracciones. De parto.
Una semana y media después de su operación tuve que irme de urgencia y tras ponerme los monitores me quedé ingresada por amenaza de parto prematuro. En otro hospital pero en la misma ciudad. Reposo absoluto. Dado que mi madre estaba sedada la mayor parte del tiempo mi teléfono no paraba de sonar y la mayoría de las veces era para informar sobre infecciones, complicaciones, bacterias, transfusiones, ileostomía…hasta el punto de que el ginecólogo me restringió tanto visitas como llamadas.
Me estuvieron administrando PRE-PAR para detener las contracciones y tratar de retrasar el parto, al tiempo que me inyectaron corticoides para acelerar el proceso de maduración pulmonar de Rodrigo por si acaso. Además, uno de los efectos secundarios fueron taquicardias y ansiedad y tuvieron también que darme ansiolíticos. El objetivo era aguantar hasta la semana 35 -al final nacería en la 39-. Tras dos semanas, en las que por fin mi marido ya estaba conmigo, me dieron el alta pero con reposo como prescripción. Pero claro, reposo que no siempre pude cumplir…
Fue mucho lo vivido en esos meses que bueno, no es momento ni lugar, pero el sufrimiento fetal prenatal fue un hecho.
Rodrigo también experimentó sufrimiento durante el parto y aunque sabemos que la gran causante de sus diversas condiciones es una alteración genética, no puedo dejar de plantearme de vez en cuando el temido «¿Y sí?» Hoy por hoy existe una duplicación del cromosoma 12p.13.31, pero los resultados aún son inciertos como para dar una confirmación, un apellido a su Síndrome. Pero llegará, lo sabemos. Y esta alteración es sin duda la responsable de todo. Para bien o para mal.
Mientras, tal día como hoy es cuando mi mente no puede evitar dedicarse a establecer causas y consecuencias. A valorar cuánta de la afectación de Rodrigo pudo venir determinada por esas semanas, y sobre todo tratar de desterrarlo de mis pensamientos. Porque es inevitable la odiada culpa. ¿Y si hubiera hecho más reposo? ¿Y si hubiera comido mejor? ¿Y si no hubiera pasado nada de esto? ¿La sintomatología de Rodrigo habría sido menos severa? ¿El alcance de la alteración genética menor?
No tiene sentido redundar en un tema que no tiene solución, y menos aún hacerlo año tras año.
Pero qué queréis que os diga, la mente es así. Fascinante a veces y otras bastante inoportuna.
He conseguido enterrar muchas cosas, pensamientos y sentimientos. Algunos de manera voluntaria. Otros de manera colateral y que aunque quiero no consigo recuperar. Pero hay días, como hoy en que todo se revive. Todo. Hasta la angustia de las contracciones por la noche, el no saber qué me estaba pasando. Ese movimiento brusco que noté en mi cuerpo como si mi tensión hubiera empujado a mi hijo a colocarse para salir ya y liberarse de todo ese dolor que yo estaba experimentando.
Nunca sabremos qué podría o no podría haber sido. Y durante 364 días no nos importa.
Menos hoy.
Porque yo también soy irracional a veces y sobre todo humana.
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