Esto se traduce en:
1. Hoy YO lo preparo todo porque TÚ estás en el trabajo
2. Hoy INTENTO prepararlo porque tengo a las tres bestias pardas criaturas en casa y, como que no es lo mismo que estar sola.
3. Hoy ME RINDO en la odisea de prepararlo todo y confío en que mañana será un día bien aprovechado.
Y mi conclusión es:
y un mojón de pato.
No solo no te cunde el día, ni la tarde, porque señoresposo tiene curro, (el día antes de viajar, estupendo), sino que vivimos en un mundo en el que pese a todas las tecnologías y avances telemáticos, aún hay que obtener papeles físicamente, con lo que supone para el medio ambiente, para mi organización trimaternal y sobre todo, sabiendo que en Julio la administración se ríe de mi cara más allá de la una y media del mediodía, más o menos.
Me toca ir por la mañana a por certificados de residente de la triada, que por alguna extraña razón la naviera no tiene a bien verificar. Su padre y yo lo tenemos todo validado, y bueno, reconozco que en una décima de segundo fue tentador pensar en irnos los dos solos, pero estaría feo, ¿no?
De ahí, tras el espectáculo correspondiente de #Elde9 -obviamente, me lo esperaba-, nos vamos a la estación marítima (arrastrando a un niño que no entiende porqué le llevo a un lugar que desconoce con muchísima gente y se niega a caminar). Busco la ventanilla de la compaía para recoger las tarjetas de embarque que (copio y pego párrafo anterior) «pese a todas las tecnologías y avances telemáticos, aún hay que obtener papeles físicamente, con lo que supone para el medio ambiente, para mi organización trimaternal…». En este caso no es administración, pero al ser camarote compartido o no sé qué leches, tampoco puedo obtenerlas online.
Trágate una cola de 20 minutos con un niño gritando, mientras los otros se juegan la vida con las escaleras mecánicas.
Nos toca el turno y la señorita se lía tremendo follón entre familia numerosa, residente, militar, libro de familia…para postre la agencia de viajes ha sacado dos billetes erróneos con DNI’s que no nos pertenecían y «Alarm, alarm» salta un aviso.
Estos señores quieren viajar haciendo la pirula. Tenemos a un menor con un DNI de un adulto militar que viaja solo, esto no es muy legal.
Tras hora y 20, muchas fotocopias, preguntas, documentación, acordándome de todo lo acordable, intentando sujetar a un niño de casi 1’40 que está desesperado, lo conseguimos. Eso sí, me regalan una bolsa para la compra. Me siento hasta mejor, fíjate tú.
11’30 de la mañana. A las 13’00 tenemos que salir de casa. Hemos salido a las 9. Quedan millones de cosas por hacer.
Me he tomado un café recalentado a las 5’20 porque nos habíamos quedado sin y no me había dado cuenta el día anterior.
Voy como loca, revisando, buscando papeles, guardando, vaciando nevera.
Llega este hombre, este ser humano que elegí como pareja cantando alegremente «¡nos vamos chicos!», mientras yo rebufo. «¿Te pasa algo pichurri?». Yo no sé vosotros, pero en esos momentos, prefiero tomar aire y lanzar «la mirada».
No vuelvo jamás a preparar un viaje con los niños en casa. Nunca más. Jamás. En la vida.
Me lo repito mentalmente y recuerdo que en Navidades, y el verano pasado, y las navidades pasadas, y el verano anterior me repetí exactamente lo mismo.
Es mi sino. Me resigno.
Me conforta saber que en el barco la Biodramina me dará unas horas de felicidad en forma de colocón anti mareos.
Pero ni eso.
El mayor odia el barco, y prácticamente no duerme.
Los otros están nerviosísimos, lógico, hace un año que no van a la casa de la abuela y están haciendo chorrocientos planes.
Y entre gritos, jolgorío, y fiestas, no sólo estoy hasta arriba de Dimenhidrinato, sino que además me caigo de sueño.
Llegamos a Almería, y tres horas y media por delante. No hemos desembarcado y caen dos de tres.
El número uno no duerme, solo grita. Muchísimo.
No puedo con mi vida, y cada vez que cierro los ojos me despiertan los gritos que acompañan los aleteos. Y ahí poco puedo hacer.
Llegamos tarde, mucho, demasiado para mí y solo sueño con mi cama.
A dormir, a dormirla, vaya.
Los dos pequeños duermen en la habitación de la abuela y es gloria bendita desentenderse, aunque sea por unos días, de sus despertares.
Pero el mayor se pasa la noche quejándose.
Yu-hu.
A las 7 he puesto el despertador porque el sábado me voy a Valencia a un eventazo, lo que supone ir en coche.
¡Venga ya universo!
Estoy a un tris de no ir porque mis ovarios se rebelan y muero de dolor.
De nuevo recurro a las drogas, esta vez Ibuprofeno en vena.
Y te digo algo, aún doblada de dolor me piro. Porque yo lo valgo.
Y ha sido fantástico.
Eso sí, quedarte sin batería, llegar a casa y que no haya nadie no mola, pero mira, que me quiten lo bailao.
Disfrutemos de este silencio unos minutitos más, un poquito más…
Y, para culminar la jornada, ducho a niños que llegan de la playa, doy de cenar a otro hambriento, me ducho a mí misma y me cambio porque a mi señorespos, de nuevo, en un alarde de ingeniería familiar, solo se le ocurre quedar esta noche para tapaear con los amigos de siempre. Hoy, precisamente hoy.
Si no lo sabéis he hecho una hora de Aquagym. Creo que es importante puntualizarlo. Sí, en un evento.
En fin, habrá que comer bravas, aunque en la cena a mí los ojos ni con palillos oigan.
Y, por fin, a la una de la madrugada, acaricio mi almohada, aunque sea unas horitas…
Día completo.
Mañana más y mejor.
De verdad que te mereces un monumento! Y unas bravas también oye! Espero estar en el próximo evento 😉