Nuestro árbol de Navidad…

árbol de Navidad

Es bonito, ¿verdad? Ya tiene unos años a sus espaldas y, aunque llevamos tiempo diciendo que necesitamos reemplazarlo porque ya está viejete no acabamos de decidirnos. Hay algunos objetos que van vinculados con determinados momentos de nuestras vidas, lo que dificulta que podamos desprendernos de ellos…

Llegó a nuestra casa poco antes de la nochebuena de 2008. Llevábamos unos meses viviendo en Madrid, Rodrigo estaba a unos días de cumplir el año, las sospechas de que «algonoibabien» eran ya casi una certeza, me encontraba embarazada de Aitana y mi padre había fallecido hacía poco menos de mes y medio por lo que mi madre estaba viviendo con nosotros. Se encontraba enormemente afectada y no estaba en disposición de cuidarse sola. Era todo un panorama, si.

Este arbolito era el único que quedaba. Lo vimos en Carrefour, a mitad de precio y nos lo llevamos. Un metro ochenta de accesorio que se nos comía una cuarta parte del salón. Pero era lo que queríamos. Ya no se trataba de nosotros como pareja y nuestro mini árbol de menos de medio metro era insuficiente; ya éramos casi cuatro y gustándonos como nos gusta la navidad a ambos NECESITÁBAMOS la alegría de verlo decorado. Ese año más aún. Partíamos de casi habernos saltado las celebraciones en 2007, con el nacimiento de Rodrigo provocado y todos los problemas derivados del postparto y con mi padre en UCI. No pisamos nuestra casa en Melilla porque además Luis acababa de llegar del Líbano tras seis meses y medio eternos.

Así que este año, aunque las circunstancias no eran las idóneas queríamos celebrar. Por la vida que teníamos y por la que estaba por llegar. Por nuestra nueva ciudad y por las esperanzas en esa nueva vida que aún se resistía a darnos lo que buscábamos: estabilidad.

Compramos adornos en Ikea -escasos y bastante más austeros de los que hay ahora-, sumamos los que teníamos de antes por ese deseo de mantener los orígenes de nuestra vida en común y nos regalaron unos de lana que nos parecieron la cosas más moderna y fashion del universo.

Ese árbol vio llegar los primeros regalos para Rodrigo, juguetes a los que no hizo ni caso ni en ese momento ni en las navidades siguientes. Y fue acompañándonos con un miembro más – Aitana-, y la siguiente con la ausencia de nuevo de mi marido de misión, y la siguiente con Alejandro ya en nuestras vidas que tras dos semanas de ingreso en UCI llegaba a nuestro hogar un cinco de enero justo para conocerlo porque como nos dijo la doctora de neonatos «los niños tienen que pasar los reyes en casa», y con otra mudanza, y la llegada de nuestra perra, y más misiones…

niño con coche regalo de Navidad

Tuvo que sobrevivir un año a los embites de un Rodrigo que aprendía a gatear por fin, o cuando se metía las bolas en la boca, o de un Alejandro que evidentemente no hacía otra cosa que tirar todos los adornos que estuvieran a su alcance, así que en más de una ocasión tuvimos que semidesnudarlo. Qué remedio.

Si. Un árbol testigo de momentos cruciales.

¿Y qué sucede con estos árboles que se desmontan? Que cada vez van perdiendo más agujas, y con ellas la articicial frondosidad que hacen que parezcan casi casi reales. Así que para disimular cada año íbamos añadiendo más adornos, y luces, más luces.

Este árbol ha visto cómo mis hijos pasaban de usar banquetas para llegar a la mitad y poder colocar sus figuras a hacerlo sin ayuda, a cómo la perra jugaba con sus bajos y ahora ya adulta mayor prácticamente lo ignora. Es testigo cada año de una ilusión renovada cuando desprecintamos una caja que ya tan solo se sostiene por la cinta de embalar y mi hijo pequeño se encarga de clasificar las ramas y ordenarlas mientras yo las voy insertando.

Ha ido sumando cada año adornos procedentes de misiones, de manualidades de la escuela infantil, caseras, del aula de Rodrigo…a cada cual más preciosa e imperfecta, con su trabajo y su ilusión.

Este año parecía que ya no iba a llegar a cumplir su función dado su deterioro y estuvimos mirando. Al montarlo se veían todas las estructuras metálicas de fondo. De hecho, barremos tantas hojitas cada día que nos da la impresión de que podemos montar nuestros propios arbolitos con los restos que va dejando… Pero mirad, sigue con nosotros.

«Me da pena mamá» Y a mi, peques.

Recuerdo en qué año compramos cada adorno, de dónde procede, de qué tienda, con qué causa solidaria lo asocio, quién lo trajo del cole, dónde los ubicábamos antes y dónde ahora. Porque estos no solo se han duplicado, sino que se han multiplicado por diez para rellenar todos los huecos del árbol, esos interiores que no se ven, los traseros…Porque antes que deshacernos de él hemos preferido ponerlo precioso, con cientos de habitantes nuevos. Hacemos caso omiso de unas modas que nos dicen que los adornos de hace trece años ya no se llevan, porque nos sentimos incapaces de desprendernos no solo del árbol, sino también de ellos.

Recuerdo cada uno de los regalos que han coronado los zapatos que la noche de antes limpiamos con esmero, como marca la tradición. Una de esas que en mi casa no solo hemos heredado sino que hemos convertido en un momento mágico que hemos contagiado a nuestros hijos.

Supongo que llegará su día, como todos, pero de momento es testigo inmóvil de la evolución de mi familia. De cómo hemos transmitido la importancia de una fecha para nosotros indescriptible, de todo lo que han supuesto estos años de dificultades, complicaciones, crisis , cómo lo hemos superado juntos y cómo nos ha regalado alegría.

Porque sin ti arbolito, no es lo mismo.

A veces las cosas más simples pueden removernos tantas emociones y suponer ese punto de apoyo que en un momento concreto necesitamos. Supongo que por eso todo lo que implica decorar durante estas fechas me trae paz mental e ilusión, mucha, que me calienta el alma y me renueva.

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