La discapacidad de mi hijo llegó para quedarse, hace más de diez años y medio. Y no vino sola, sino con varios  compañeros de viaje que no esperaba y de los que nadie me habló: la ansiedad y el temor a la enfermedad.

El miedo y el dolor fueron los primeros en hacer acto de presencia y, conforme fue pasando el tiempo se transformaron en algo que está ahí latente pero que ha dejado de tener protagonismo. Tan solo de vez en cuando les da por irrumpir por la puerta grande, descolocándonos y haciendo tambalear todo lo que hemos construido. Pero al final siempre acaban retrocediendo, no desapareciendo. No. Porque hemos aprendido a vivir con ellos.

También la culpa, el rechazo, el aislamiento, el enfado, la amargura, el derrotismo…Todos han pasado temporadas por nuestra casa, todos.

Y al tiempo que lidiaba con ellos mi vida se convirtió en la sucesión de un vertiginoso día tras día, en una rutina de locura sin parar, con los tres niños, con las demandas permanentes de Rodrigo, luchando contra un sistema que se empeñaba en no ponerlo fácil, afrontando temporadas en soledad con mi marido fuera por trabajo, con la familia lejos, dejando a un lado mi yo vocacional y profesional para entregarme de lleno a la faceta de cuidadora…

El estrés iba tomando las riendas y adquiriendo cada vez más protagonismo hasta que al final sucedió, hasta que un día apareció ella, la ANSIEDAD en forma de un ATAQUE DE PÁNICO que me tuvo varios días en jaque. Y esta también llegó para quedarse.

Jamás había pensado en que podría suceder. La conocía de estudiarla, mucho, pero cuando llegó a mí no pude identificarla. Ahora, a la mínima temporada de estrés algo más elevado de lo habitual, aparece. Noto cómo van apareciendo los síntomas, de noche, de día, en reposo o en la calle. Da igual. Cómo el corazón se me desboca, empiezo a transpirar, a hiperventilar, cómo aparecen las náuseas y la sensación de parálisis. Pero peor aún que toda esa retahíla de síntomas desagradables lo peor, sin duda, es el MIEDO. El miedo a sufrir un infarto, un ictus, a tener un tumor a la mínima molestia física.

Así es. Todo tipo de miedos y terrores irracionales invaden mis pensamientos, y son tan vívidos que hacen que los sienta realmente.

En esos instantes solo puedo pensar en que tengo algo muy pero que muy nocivo, que estoy enferma. En lo que puede suceder si en ese momento me desmayo. ¿Y mis hijos? ¿Y si estoy sola con Rodrigo? ¿Y cuando salgan del colegio quién los busca?¿Y si quedo postrada en la cama?…

Y me voy sintiendo peor.

Pero…gracias mil a que en su día aprendí a hacer relajación progresiva, a que SÉ que son crisis de ansiedad, trato de recuperar mi yo y mis pensamientos, sin dejarme llevar por la oscuridad. Gracias a que sé que pasará, que no es real. A que tengo  medicación. Gracias a que con el tiempo he logrado aprender a distraer mi mente consigo controlarlo, a veces en cuestión de minutos y otras en cuestión de horas.

Es horrible, y los que lo hayan vivido me entenderán.

Despertarse en mitad de la noche por culpa de tus propios latidos con la sensación de que el corazón se te desboca y va a salir de tu cuerpo, mientras no eres capaz de permanecer en la cama porque sientes que incluso tumbada en ella te estás mareando.

Es complicado de describir.

Cuando supero estos momentos pienso en todo lo que he de hacer para que no se vuelvan a repetir. Comer mejor, ejercicio, relativizar…pero dentro de mí también sé que hay circunstancias que no puedo controlar porque mi vida, hoy por hoy es la que es.

Sé que tendré que seguir afrontando crisis así, y que no son reales. Que pasarán, y que el proceso es doloroso.

Uno de los equipajes que toda la historia de mi hijo me dejó de regalo como epílogo.

Y sinceramente, espero que sea lo último. Que sea ese toque de atención porque siempre me dejo para el final. Soy mi última prioridad y he tardado tiempo en entender el grave error que implica esa actitud. Porque si yo caigo…¿quién cuida a quién?

Tener miedo a enfermar es algo más común de lo que pensamos. El estar en contacto con familias que lidian con enfermedades crónicas, enfermedades raras…El tener más información de sus realidades ha hecho que mi conocimiento sea mayor, pero también ha aumentado esos temores. Sé que tengo que aprender a gestionarlo, pensar en que es algo que puedo llegar a controlar, que no es agradable, pero que se puede luchar contra ello.

Y lo lograré.

Y vosotros, ¿tenéis miedos desde que sois padres?