Hace unos días Ikea me envió una caja regalo con varias cositas, entre ellas todo lo necesario para montar y decorar mi propia casa de jengibre VINTERSAGA, con todo lo necesario.
Bueno, la fiesta que montaron los peques cuando lo vieron fue brutal. Este año ha sido la primera vez que han probados galletas de este tipo pero ya sabemos que las películas navideñas y los dibujos made in America hacen que la culturilla popular de estas fechas sea de lo más diversa. Así, estos ya conocen comidas típicas, tradiciones, etc, que contrastan con las que celebramos en casa. Y oye, me parece bien ir añadiendo cosas nuevas porque sumar enriquece, ya que vivimos en una sociedad cada vez más diversa, plural y globalizada.
Dicho esto, la idea era pasar una tarde de desconexión haciendo algo genial en familia.
Y a mí, que soy un cacho carne me pareció un planazo. Además, después de ver las pedazo de casas del resto de #embajadoresikea era como que me parecía algo fácil, super ideal y como muy de postalita o fotaza de instagram. Vamos, que tenía un subidón yo que era para verme….
Total, que ayer por la tarde (pongámonos en situación, jueves, cinco y media de la tarde), decidí que era el momento y nos pusimos manos a la obra.
Nos lavamos las manos, despejamos la mesa de la cocina y ¡al lío!
Lo primero de todo, obritas de ingeniería, y es que las piezas que componían la casa venían un pelín accidentadas del reparto.
Pero, ¡que no cunda el pánico! porque nos habían hecho llegar «pegamento comestible» con el que cimentar las paredes y al mismo tiempo arreglar pequeños desastres que en toda construcción se dan.
Bien. Empezamos a reparar piezas y oye, pues no parecía tan complicado.
Llegó el turno de pegar las paredes. Aquí ya la cosita fue un poco menos molona, porque pegabas por un lado y se deshacía por otro. Las paredes rotas se rajaban, tenía que poner remiendos por la parte trasera y aquello comenzaba a tomar un cariz un tanto pringoso.
Pero nada que un poco de agua y jabón no solucionase.
Y entonces llegó el momento álgido: la decoración.
Aquí, AQUÍ empezó a mascarse la tragedia porque los dos querían hacer el tejado, los dos querían hacer la entrada, los dos querían hacer la chimenea…
Cuando regresó la calma conseguimos hacer un reparto de tareas, diría equitativo pero nada más lejos de la realidad, de manera que Alejandro decoraba paredes, Aitana cubría de nubecitas la chimenea y yo hacía la decoración del tejado, raya va raya viene con glasa blanca.
Después se dedicaron a poner sus detallitos (porque lo hicieron prácticamente todo ellos, ojo) y este fue el resultado:
Maravilloso, ¿verdad?
PUES NO.
Porque detrás de todo esto, puedo confirmaros y jurar sobre mi tumba que nunca, jamás, never, ni bajo coacción volveré a hacer una casa de jengibre. Que estas cosas cuquis no son para mí, que por mucho que me empeñe nunca podré colgar una foto estilo nordic deco. Por ello les hago la ola a aquellos que tienen la paciencia de job para dedicarse al noble trabajo de la repostería creativa, fotografía, interiorismo y todas esas cosas monérrimas que requieren de un estado mental zen, del cual carezco, amén de mi falta de habilidad motriz.
Amigos, la verdad detrás de esta casa de jengibre fue que:
El pegamento comestible es una guarrada, con todas las letras. Toda la encimera llena de pringue, los dedos, se te quedaba pegajoso…¿cómo se puede dejar algo cuqui con este potingajo de base?
La arquitectura no es lo mío y ojo, que hice dibujo técnico hasta tercero de BUP. Asimetría, lo que se dice asimetría no había. Pero comprended que había remiendos y es que la casa parecía que estaba sufriendo temblores constantemente.
Los lápices pasteleros los carga el diablo. O sale un churro enorme o no llega. Si quieres hacer una línea recta has de encomendarte a todos los dioses existentes porque cuando parece que has engañado al destino plaka, se corta, se sale, se descuelga, se tuerce…
Pegas los lacasitos, estrellitas de azúcar, whatever y se caen, por lo que a) o pones tremendo pegote de glaseado o b) apretas bien o c) ups se ha partido la galleta, trae que la arregle con el pegamento, pero claro 4) se pringa y hay que disimularlo con decoración, por lo que volvemos al a).
Doy fe de que se te quedan las muñecas de manejar los botecitos, y de apretar con fuerza dirigida para decorar las millones de tejas como para no hacer ninguna tarea de precisión por meses. Qué digo meses, años.
Con dos niños, una preadolescente y otro «hago lo que quiero porque yo lo valgo»esto es un deporte de alto riesgo.
-No pongas lacasitos que no me gustan
-Y a mí que más me importa, te aguantas.
-Pero no me gusta el chocolate.
-Lo siento, cómete otra cosa.
-Niño tonto….
-Qué asco de nubes, están mal hechas que se caen todas, así no vale.
-Pues a mí se me da genial
-Si solo has pegado dos estrellas, y ¡quieres dejar de comerte la decoración!
-Sigue tú mamá, que me canso
-¿Y la pared que queda en blanco?
-Es que estoy en shock
-¿En shock de qué???
-¿Y los copos de azúcar?? ¿Ya no quedan?
-Ups…
-Mamá, esto está un poquito epic fail…
-Te voy a dar yo a tí game over y verás. ¿Quieres comerlas? Pues al lío
Entonces llegó el momento de la foto, porque claro, yo había visto a la gente presentar ESAS fotos, por favor, con esos fondos, esas luces, ese todo…que me dije «pues mari, cógela, te la llevas al salón y la pones al lado del árbol, o donde las luces o haces algún fondo chachi». Y entre el «pues mari» y el «te la llevas» ya se nos había desmontado un lado y tenía a dos seres gritando «nooooooooooo!, paraaaaa!!!».
Y en la cocina que se quedó. Que mira que buscamos ángulos, pero entre que eran las 7 y media de la tarde, se había fundido una luz (que mucha cocina de diseño y pepinillos en vinagre, pero las leds se funden, ya lo creo), pues que no daba. Cogimos la corona de la puerta y tratamos de darle algo de decencia pero chica, que lo que hay es lo que hay.
Al final de los finales, se sentaron a degustar su obra de arte y se pusieron finos filipinos tan felices porque las cosas como son, la satisfacción de comer una obra maestra que tú has hecho lo mola todo.
Eso sí el objetivo se cumplió: dos horas entregados, sin dispositivos móviles más que para hacer fotos, con su hermano sentado mirándonos muerto de risa sin saber muy bien qué hacíamos. Al final las carcajadas eran evidentes: el resultado era el de una casa Aliexpress, o vamos, la del elfo vaguete. Así que ¿mereció la pena todo el lío? Mereció.
Concluyo: a mí puedes darme crisis existenciales, vitales, problemas que parecen no tener solución. Dame insomnios y situaciones complejas que me defiendo como una reinona pero nunca más, NUNCA más jugaré a ser una influencer de barrio en temas culinarios creativos.
Y ojo, señores de IKEA que esto lo digo desde el cariño, que sigo siendo una #NavifanIKEA de manual, pero, haciendo gala de ese famoso refrán, nunca suficientemente valorado «zapatero a tu zapatos»
He dicho.