Iba a decir «comenzamos» el tercer día de encierro voluntario preventivo pero sería demasiado pretencioso por mi parte. ¿Por qué? porque comenzar implica inmediatez y aquí llevan despiertos entre las 5 y las 6 por turnos. Así que mejor «continuamos» el tercer día y tal.

Y es que en esta santa casa ni coronavirus ni coronaviras (o como se diga, ¿es masculino?¿tiene versión femenina?). Aquí los hijos que la naturaleza me ha regalado no duermen así haya una pandemia rondando el hogar, total, quién dijo miedo («qué hartura con el coronavirus ya», fdo: mis herederos)

«¡Pero qué manía tienes con eso de dormir mamá!» me dice la mediana ayer en un arranque de furia a media mañana cuando ya estaban imposibles y parecía que en lugar de las 11 eran las ocho de la tarde.

Qué manía…

Vamos a ver hija, vamos a ver.

QUE NO ES NORMAL, joder leches, despertarse a esas horas, NO LO ES, te pongas como te pongas, preadolescente querida.

Y así vamos, de risa en risa.

He de decirlo, para nosotros estos días no distan mucho de lo que es mi vida habitualmente. Y es que no puedo salir con los tres sola (por Rodrigo claro está) más allá de pasear a la perra, que para eso es incansable. Hace falta otro adulto y #fíjatetú que #otravez estoy sola con los tres. Porque esto ya se ha convertido en una constante en mi vida. Que podrán acontecer mil circunstancias pero la ausencia del padre/marido parece ser la característica inamovible, esa K permanente.

Así que estos días son mis fines de semana, mis festivos, mis pascuas, mis veranos. Pero es cierto que hay varios factores que elevan el nivel de estrés:

El tema de la comida. No puedo hacer compra física grande porque desplazarme con los tres a un híper no es opción (ni por Rodrigo, ni porque tendría que coger metro, ni porque a ver cómo traigo tanta compra) y no hay servicio online ya, y el que aún lo tiene activo aquí en Madrid no sirve hasta el día 22 o 23 como pronto. Así que algo de fatiguita sí da pensar en la semana que viene…

Supermercados. Coronavirus. Solidaridad

Las horas en casa. Al menos en verano hay piscina portátil y se desfogan, sobre todo Rodri. La falta de actividad hace que duerma menos y peor, está por tanto más nervioso y de ahí a las crisis pues hay una delgada línea. Además, como no sabe jugar, solo con la tablet es una saturación mental, amén de que esta no tiene vida ilimitada y por la razón que sea la pobre se queda sin batería. Esas horas de carga son una auténtica agonía convertidas en tragedia hasta que puede volver a usarla.

Y el confinamiento del padre en el apartamento de Roma, dando clases online. Que, aunque está bien no deja de ser motivo de preocupación. ¿Podrá venir en semana santa? ¿Suspenderán-aplazarán el curso?

Así que nada, asumimos que al estrés le gusta visitarnos, es así. Y ya se pasea por casa como un miembro más.

¿Y yo? Pues lo llevo como siempre, cada día un poco más relajada. Aún no he conseguido hacerles una rutina para que hagan sus deberes y para mi trabajo, estoy tratando de organizarme. Tampoco me fustigo por eso. Voy al día, no puedo hacer más. Pasado el momento cabreo-agobio-desesperación de la noticia de la suspensión de clases, que generó en mí una mezcla de estallido de ira y llanto, ahora estoy en una fase de calma adaptativa, como suele ser, aunque he tenido algunos momentos complicados…

El miércoles por la noche, tras una jornada de 27 horas, fue el primer día que se me ocurrió ver las noticias en televisión. Mala idea. Muy mala. El enfoque era tal que «28 días» me parecía una telenovela al lado del escenario que estaban pintando. Y fue tanto el agobio que sufrí un ataque de ansiedad que me duró hasta ayer por la mañana.

No he vuelto a ver las noticias, prefiero informarme mediante redes -por canales oficiales-. Es lamentable el amarillismo y lo mal que se está informando desde algunos medios, flaco favor nos hacen.

Ya compartí mi opinión en twitter sobre el permanecer en casa y la necesidad de la responsabilidad individual, y es que la gente no parece entender que el aire libre no exime del virus. Tampoco vivir en zona cálida te hace inmune porque si bien hay estudios que apuntan a que no resiste  determinadas temperaturas aún no hay nada probado, por lo tanto no podemos contar con ello. No me canso de decirlo a quienes viven en costa pero eh, yo ya…cada cual, porque amiguis, esto es una Pandemia, no un ensayo, ni somos extras de una peli de Guillermo del Toro.

Y si bien esta crisis ha sacado lo peor de algunos medios, la avaricia de la gente comprando por encima de sus posibilidades (privando a otros), agotando mascarillas que no necesitan…está el lado B.

Gente como Luz, (Ha nacido una mamá) que ha regalado su libro 52 semanas en familia generosamente a las familias de Madrid, o toda la gente que se ha ofrecido a hacerme compra si lo necesito desde Madrid, incluso les Illes  o Extremadura.

Personas del barrio ofreciéndose a cuidar niños, ancianos…Esto es comunidad, de la de verdad.

Es momento de demostrar solidaridad con los demás: este Coronavirus nos está poniendo a prueba como sociedad. Con esos vecinos mayores, o que tienen bebés, con esas personas que están desbordadas.

Es el momento de intentar poner nuestro grano de arena, como podamos.
Porque esto nos afecta a todos, y solo entre todos frenaremos a este bicho en todas sus vertientes y podremos hacer vida normal, que estar en casa unos días mola mucho, pero la normalidad y la rutinilla no me digáis que no mola más…

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