No hay día en el que no me pregunte qué pasa por la cabecita de Rodrigo.
Ni uno solo.
A veces lo veo sentado, observando su alrededor.
En ocasiones se enfada sin motivo aparente y entra en crisis.
Algunas veces llora y me abraza con una fuerza que me estremece por el dolor y la desazón que transmite.
Otras se tumba en el suelo y se ríe a carcajadas. No sé por qué, no sé qué lo desencadena, pero me contagia. Y, a pesar de lo divertido del momento, no dejo de tener una sensación agridulce porque carece de sentido, adaptativamente hablando.
Porque no comprendo su comportamiento, ni su proceder.
Apenas vislumbro un patrón y eso me desconcierta, hace que me sienta perdida.
A veces está viendo los dibujos y lo abrazo pero me rechaza.
Le cojo la mano, le regalo un beso y se muestra frío, como si no fuera con él. No es rechazo, es indiferencia.
Otras veces me atosiga pidiéndome muestras de cariño incansablemente hasta que debes decirle basta, pero no se da por aludido. Él decide cuándo y cómo.
A veces pienso si nos quiere. Si el concepto querer entra en su percepción del mundo.
Si sus hermanos significan algo más que compañía, algo que estructura su universo.
Está claro que los necesita, los busca, pero no interacciona. ¿Qué percibe?¿Qué siente?
¿Somos algo más que ese eje que hace que todo encaje a su alrededor?
Claro que siente, pero la ausencia de palabras y de gestos me generan dolor.
Entonces llega el momento de irte unos días y, lejos de desconectar, de descansar, de recuperar fuerzas no puedes dejar de pensar en él. Si habrá dormido bien, tendrá malestar, me echará de menos a la hora de cantarle por la noche o de llevarle de la mano por la calle.
¿Notará mi ausencia?¿Tendrá pena?
Egoístamente quiero que tenga pena como yo la tengo como me alejo.
Llega el momento del reencuentro, me esperan en el aeropuerto, y cuando cruzamos las miradas, no solo sus ojos de color almendra sonríen, sino que lo hace todo él. De oreja a oreja, riendo, tapándose la cara como con vergüenza por mostrarme que está feliz.
Ya en el coche me llama la atención y me busca la mano, entonces sé que todos mis miedos son infundados.
El Autismo no implica ausencia de emociones, ni frialdad, ni falta de conexión, ni de empatía.
Hay que aprender a leer entre líneas, a percibir más allá.
Después de esos recibimientos, os prometo, que respiro y puedo, al fin, descansar tranquila.