Hoy, 3 de Diciembre, se celebra el día internacional de las personas con Discapacidad.
Es un día para visibilizar y sensibilizar, pero también un día que me trae sentimientos encontrados.
Porque hoy, en este día, los medios se van a hacer eco de decenas de noticias relacionadas con el tema. Aparecerán historias en primeras planas de secciones importantes en prensa, será un tema central en magazines televisivos, veremos las redes inundarse de personas compartiendo artículos, y likes por doquier.
Pero mañana, las familias volveremos a nuestras luchas, a nuestras dificultades, a nuestras noches de preocupaciones sin dormir mientras que el resto de la sociedad se olvida hasta dentro de 364 días. Y, lo que es más sangrante, hasta que la administración, que es la que debería velar por nuestro bienestar, nos vuelva a poner en segundo o tercer plano.
Por eso, mi deseo para un día como hoy es que, ojalá llegue el momento en el que no tengamos que celebrarlo por que sea algo normalizado y aceptado, y porque la inclusión se haya convertido en una realidad y no en un constructo social teórico y utópico.
Mientras llega ese día, que yo tengo la certeza no veré, seguiré en este camino que he elegido: el de compartir, porque creo que es la herramienta más poderosa con la que puedo mostrarle al mundo nuestra realidad y tratar de remover conciencias.
Más allá de noches sin dormir, de lágrimas, de miedos, convivir con la discapacidad supone también momentos de alegría infinitos, de felicidad y, sobre todo, de muchísimo amor.
No soy capaz de visualizar otra vida diferente que la que tengo ahora, porque eso significaría que mi hijo Rodrigo no existiría tal y como es, y entonces, mi familia estaría incompleta.
Podría tener muchas cosas que ahora no tengo, materiales, sí.
Podría haber vivido otras experiencias, haber viajado, probablemente estaría trabajando con algún cargo de responsabilidad.
Físicamente no estaría tan deteriorada por el estrés, el llanto y las eternas noches sin dormir.
Probablemente la ansiedad no sería compañera de viaje, ni muchas otras afectaciones crónicas que padezco.
Pero no podría enamorarme cada día de esa sonrisa enorme con esos ojos almendra brillantes mirándome con adoración mientras lanza un grito de felicidad y me pide un abrazo. Y ese, amigos, es uno de los momentos que más felicidad como madre me aportan.
No tendría esos miles de momentos atesorados de risas con sus ocurrencias, ni de lágrimas de alegría por cada pequeño logro.
A pesar de no hablar, a pesar de las dificultades, los cabreos, los enfados, las pataletas. A pesar de todo.
Esta es mi realidad, y la realidad de muchas familias.
Y me encantaría que la conocieras.
He improvisado este video, y creo que las cosas, así, como digo improvisadas, son las mejores. Me encantaría que llegase a muchísima gente, ¿me ayudas?
#DiscapacidadyRealidad