La alimentación juega un papel esencial en el desarrollo, especialmente en los primeros años de vida, en los que el crecimiento es increíblemente acelerado, A los padres nos preocupan temas como la lactancia, que la introducción y aceptación de alimentos no sea la correcta, y que eso pueda generar problemas de nutrición, afectando al sistema inmunológico y su evolución. Así que vigilamos con lupa cada toma, cada cucharada, cada ingesta, cada gramo ganado y perdido de nuestro bebé.

Ya sabéis que ando en un reposo forzoso, y gracias a ello he tenido mucho tiempo para leer, para trabajar, para ordenar papeles y hacer limpieza en el portátil, algo que suele ser una tarea tediosa pero necesaria.

Entre documentos, borradores, pantallazos, tareas de los niños y facturas, he encontrado informes médicos y sobre todo muchas, pero muchas fotos especialmente de Rodrigo. Y me han asaltado millones de recuerdos y emociones. Especialmente agridulces las pertenecientes a los dos primeros años de vida de mi pequeño…

Hace doce años me encontraba con un bebé de un mes que no dejaba de llorar, que no dormía, que tenía muchísimas dificultades para agarrarse bien al pecho, que comía mal, que no cogía peso. Y sí, esa sensación de desesperación como madre primeriza la volví a experimentar, con dolor.

Recuerdo nuestras constantes visitas a urgencias, al pediatra, las segundas opiniones…y cada una de ellas con recomendaciones diferentes: «insiste en las tomas, deja la lactancia materna, dale complemento de leche de fórmula, tiene que dormir más, que duerma cuando pueda, no le dejes dormir cuando quiera...», acompañada por la culpa un día sí y otro también.

Eché tanto, pero tanto en falta alguien que me hablara de manera clara acerca de cómo gestionar esos meses, cómo organizarme, alguien que me informara de qué hacer con una vida marcada por el insomnio y la inapetencia por ese mismo cansancio que me devoraba, alguien que me tranquilizara y me explicara todo lo relacionado con la alimentación de mi bebé. Porque todo era confuso.

A los cuatro meses no pude seguir proporcionándole leche materna y me sentí enormemente frustrada.

Pensaba que era un fracaso cuando la realidad es que hay tantas maneras de maternar y de lactancia como madres hay en el mundo, porque lo realmente importante y fundamental es que el niño se encuentre bien nutrido, sano, seguro y feliz.

Mientras, volvía a ser madre y una nueva etapa, acompañada de una nueva ciudad me traía toda esa tranquilidad e información que había necesitado con mi maternidad anterior.

Comprendí lo importante que era la lactancia materna exclusiva y tuve la enorme suerte de poder proporcionársela a mi hija pequeña, pero también me reconcilié por haber dado biberón a su hermano, algo que me generaba muchas dudas, causadas sobre todo por la falta de información. Pude hacer la transición a los seis meses a los sólidos y combinar los purés de verdura, pollo, arroz, huevo… y piezas de fruta con biberones. En ese punto comprar leche maternizada no me supuso ningún trauma. Todo era tan sencillo, y tan diferente y logré respetarme.

Entonces llegaba el tercero. Con él llegué a los 13 meses de lactancia prolongada, nunca tomó leche artificial, devoraba todo lo que encontraba a su paso, dormía y dormía. Yo me encontraba infinitamente mejor de ánimo, más segura y se lo transmitía. Ambos nos beneficiamos de un estado de seguridad que el descanso y la buena alimentación nos proporcionaban, ya que esto influía en todo lo demás.

Fue el inicio de mi proceso de aceptación de la condición de mi hijo mayor, cuando aprendí que debía delegar, que necesitaba encontrar esa paz mental que me permitiera hacer frente a una vida diversa que me esperaba, y parece increíble lo que las diferentes maternidades me ayudaron para desarrollar esa resiliencia y conseguir esa paz mental.

El estrés y la fatiga que experimenté como primeriza influyeron de manera decisiva en la producción de leche. No se respiraba tranquilidad, mi bebé se encontraba nervioso constantemente y su digestión se veía enormemente afectada. Enfermaba fácilmente, mi postparto fue inacabable, crecía lentamente y todo eso retroalimentaba una situación insostenible que incluso afectaba a nuestro vínculo. Y con todos mis prejuicios por la leche artificial, algo que hoy me resulta absurdo.

Mirando hacia atrás, me he descubierto en tres maternidades distintas, todas exitosas, con tres hijos a cada cual más diferente pero con un elemento en común: los tres son inmensamente felices y sanos. Al igual que cada embarazo fue diferente, cada parto, también lo fue cada proceso de lactancia, cada desarrollo…pero todos igual de válidos e importantes. Porque lo fundamental es que recibieron una alimentación adecuada, cuidados y mucho cariño.

¿Cómo fue vuestra experiencia durante el primer año? ¡Me encantaría que me contárais!

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