Mis hijos, la maternidad en general, me han enseñado a dar, a querer de otro modo, sin límites.

Una de las cosas que me aterraba cuando elegí tener más hijos además de Rodrigo era el no poder tener suficiente para cada uno. La discapacidad no fue el factor decisivo para tomar la decisión de aumentar la familia, sino el decho de se poder o no dedicarles el tiempo necesario, el cariño suficiente,  de ser capaz de ser para ellos lo que ellos necesitaban.

Y ¿sabéis que he aprendido? que nuestro amor es infinito.

Una de las cosas más importantes que la condición de Rodrigo me ha enseñado es que no solo es infinito sino que esa metáfora de que «mueve montañas» es una total certeza porque sin duda es lo que nos mueve día a día.

Siempre hablo de la mirada de Rodrigo, de su intensidad, pero ¡cómo no hacerlo! Es tan limpia, tan profunda, brilla tanto que te impulsa. Cuando me mira siento admiración por cómo ve el mundo, sorpresa, alegría y siento en un parpadeo un amor que  me llena.

A veces me tumbo junto a él sobre todo cuando llega la noche tan solo para observarlo, cuando aún no se ha dormido. Entonces me coge la mano y me abraza mientras va relajándose. Cada respiración es aliento para mi y en ese instante encuentro paz.

Poder reir juntos cuando lo cojo de las manos en la cama elástica, o nos tumbamos en su hamaca colgante preferida en la terraza y le hago mimos…

La adversidad, la dificultad, la lucha a lo largo de tanto tiempo…son situaciones que más allá de ser complejas y duras, física, mental y emocionalmente, me han dotado de la capacidad de mirar más allá. De ver el propósito de todo y de ser capaz de, cuando acaba el día, poder dar gracias.

Esto es algo fundamental, agradecer. Porque siempre hay algo por lo que darlas, hasta por aquello que nos parece más insignificante y rutinario. Te da perspectiva y le da valor a cada día, especialmente a aquellos que vemos oscuros y que duelen.

Cada pequeño avance supone la felicidad más grande; cosas que en otra vida me habrían pasado desapercibidas, cuyo valor me habría parecido insignificante, hoy suponen un motivo de celebración. Vemos la vida de otro modo y es lo que nos sostiene, ese vaso medio lleno…

Y todo eso me lo ha enseñado él desde su sencillez, desde su nobleza y su inocencia. Pero es que además, me ha hecho amar más fuera de mi, de él, de los míos. Y estoy convencida de que esto no habría sido posible de no Rodrigo como es y de no haber aprendido a abrazar un autismo tan difícil.

No voy a decir que ha dejado de doler porque estaría mintiendo. Yo también caigo, lloro, me enfado, me desespero, tengo miedo, me estreso…pero esto es parte de un proceso que entiendo va a acompañarme de por vida. Hoy me enfoco en él, en mis otros hijos, en mi marido y en mi. En sus carcajadas y sonrisas, en sus aplausos y ruidos, en sus saltitos y trastadas. En tratar de construir recuerdos, en seguir aprendiendo, en seguir descubriéndonos y sorprendiéndonos y sobre todo en seguir queriéndonos como Rodrigo nos ha enseñado: el amor con sencillez y sin artificios.

Loading