Madre mía qué semanitas….qué mes fatídico el de septiembre.
Entre las vacaciones que no llegaban a su fin, los niños revolucionados y #Elde9 que físicamente no levantaba cabeza… al final una es humana y no, no he podido con todo.
Ha llegado un momento en que la carga mental y emocional era tal que mi organismo ha dicho basta.

El fin de semana pasado me lo había organizado para estar en Madrid, acompañando a unos amigos en un momento muy especial y, de paso, desconectarme, reirme, ver a gente estupenda….y no pude ir. No tuve fuerzas para coger un avión y estar dos días fuera de casa. Con mucha pena, pero no pude.
Y es que cuando no se puede, no se puede…

No se puede ser positivo las 24 horas del día los 360 días del año.
Ni se puede ver el vaso medio lleno.
Ni se le puede dar gracias a la vida que te ha dado tanto, como reza la canción.
He gritado, me he cabreado, no he sonreído por días, no he disfrutado de nada.
Porque cuando un hijo está enfermo afecta, y mucho.
Lo siento mucho por los míos. Han tenido que soportarme y no soy soportable así, creedme. No me soporto ni yo, y eso que me quiero bastante…
El blog con mil borradores e ideas, pero sin ganas. Lo siento.
Noto ese tinte dramático, de pesadumbre en las publicaciones y, ¿sabéis algo? NO ME GUSTA.

Entonces llega esa noche en la que él casi ni llora. Aunque duermes poco, muy poco, el descanso es otro, hay menos estrés. Y, cuando lo ves levantarse con un ojillo medio abierto, otro medio cerrado con esa sonrisa enorme, enorrrrrmeeee, sabes que vuelve a ser él.
No está al cien por cien. De hecho, mientras escribo estas líneas un sábado a las 5’30 de la mañana lo oigo llorar en su habitación por el dolor que le producen los espasmos. Pero ya es casi él.
El que se aprovecha la mínima para pedirme besos.
El que cuando hace algo mal me indica el gesto de «guapo» para hacerme la pelota.
El que me baila, me coge de la mano, grita cuando le gusta una canción…

¿Qué queréis? A mí eso ya me vale.
Mis males se van desvaneciendo.
Las cosas comienzan a salir bien.
Aunque el universo sigue siendo el mismo que hace unos días.
Al igual que mis problemas y proyectos…
Pero la actitud…la actitud hace que todo encaje, que cobre forma, que vuelva a querer reir, pasar tiempo con ellos, escribir.
Todo es mejor, huele y se respira diferente.

De nuevo él y yo volvemos a ser.

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