Ayer 5 de noviembre fue el Día de las personas cuidadoras y no me pasé por aquí para publicar nada porque estaba haciendo precisamente eso: ser cuidadora.

Los fines de semana son días que buscan el descanso y la desconexión tras una semana de trabajo, colegios, rutinas estresantes. Pero, paradójicamente son los días que más cansados acabamos porque los cuidados se prestan las 24 horas…

Os confieso algo, personalmente me costó entender y aceptar ese rol de cuidadora porque durante muchos años consideraba que mi papel era el que correspondía a una maternidad. Algo más complicada eso sí. No sé cuándo se produjo la deriva hacia ese momento en el que asumí el papel de mi vida y fue durísimo.

De pronto me veía de protagonista sobre un escenario interppretando un personaje que no había pedido y además no quería. Y no lo quería porque durante años solo podía mirar hacia el futuro y lo que me mostraba me creaba desasosiego, miedo y dolor. Solo veía lo que esta entrega me iba a quitar, los sacrificios y el desgaste más absoluto.

Y ahora…pues ahora el dolor persiste pero ya no hay miedo.

He aprendido a vivir con los pies en la tierra, afrontando las dificultades conforme llegan y aprendiendo a gestionarlo día a día.

He aprendido a pensar en las alternativas de futuro sin enrocarme, sin dejar de vivir el momento.

He aprendido que los cuidados son uno de los mayores actos de amor y que a pesar del cansancio y de una dureza que nadie puede negar tengo la suerte de ser capaz de proporcionarlos. Que ojalá no tuviera que hacerlo porque mi hijo no los necesitase pero tengo la oportunidad y la capacidad de ser yo, su madre, la que está y estará a su lado.

He aprendido que tengo que mirar por mi porque cuidar no debe ser sinónimo de una entrega que acabe en el agotamiento físico y mental sin retorno. Y aún voy tratando de encontrar mi equilibrio.

He aprendido que mi pretendida autosuficiencia no es más que un atisbo de soberbia que me priva de algo tan necesario como dar el paso de pedir ayuda; aún me cuesta.

He aprendido que la teoría me la sé pero la práctica es enormemente difícil porque contamos con pocos recursos y algunos nos servimos solo de nuestras manos y las de nuestra pareja; otros ni eso.

Y que la sociedad está abocada a unos cuidados cada vez más extendidos y estamos lejos de contar con políticas de apoyo y cobertura. Pero mientras llega ese soporte sigo día a día luchando con mis demonios, aprendiendo de mi hijo, de mi misma, tratando de no dejarme llevar por emociones que me bloqueen.

La labor de cuidados es un trabajo mental de constante reciclaje porque nosotras mismas evolucionamos, cambiamos, mudamos conforme vamos adquiriendo experiencia y cambian los nuestros.

Solo puedo reflejar mi enorme admiración por todas aquellas personas que dedican su vida a otros y hacer llegar mi abrazo más cálido para esos momentos en los que os veáis desbordados.

Porque yo también soy cuidadora.

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