Hoy ha sido uno de esos días.
Un día en el que hacer de madre y padre, de cuidadora, de compañera de juegos, de terapeuta, de madre trabajadora me ha llevado al límite y he explotado.
Sentaos, respirad hondo y coged una tacita de tila.
A las 5’22 de la mañana aparecía el más pequeño con un ojo abierto y otro cerrado, y las primeras palabras que han salido de su boca han sido «me duele un montón la cabeza y tengo un hambre mortal«. Buenas madrugadas a tí también cariño.
Mientras yo trataba en vano de convencerle para que se volviera a acostarse, él me replicaba preguntándome si podía desayunar ya. Ante mi negativa «no son horas, se siente» (derrochando amor con mis palabras, lo sé), cambió la estrategia por un «vale, pero ¿puedo poner la tele mientras?». Y así, hemos intercambiado unos «no, no puedes» y sus «pero sin voz y no voy a parar hasta que me dejes» durante unos 15 minutos de reloj. Cuando notaba que mis pulsaciones iban subiendo peligrosamente y que si seguía con ese volumen iba a despertar a, no solo sus hermanos, sino el resto del barrio he claudicado. Niño 1 = mamá 0. Porque amigos, a las seis menos cuarto de la mañana yo no tengo fuerzas, solo quiero un café y dejarme llevar…Culpable.
Sobre las 6, minutos más minutos menos apareció su hermana, otra con un ojo aún cerrado pero con ese empeño en no querer dormir no-sea-que-me-pierda-algo-del-día. Y con su «vale, ya está Alejandro viendo algo que no me gusta, no es justo«, hemos empezado un tira y afloja divertidísimo.»Pues haberte levantado antes«, «pues no es un premio, al revés, yo me he levantado después y eso es mejor«, «pues es que solo podemos ver la tele porque entre semana no hay Youtube ni Netflix«, «pues es que siempre ganas tú«.
Meeeec, error, porque ante tanto entusiasmo apareció el mayor y se oyó un «Jolín!!«, al unísono (mira, al menos se ponen de acuerdo en algo). Y es que Rodrigo siempre gana, ya lo saben. Así que ante los Teletubbies en bucle y las canciones inmortales de Ciudad Arco Iris, ya tenía dos morrazos que llegaban al suelo quejándose de la propia existencia como concepto.
«Pues jugad a algo, leed, dibujad pero por favor, que es prontísimo chicos» «No tenemos ganas, estamos cansados«»¡Pues no haberos levantado tan pronto!«»Pero es que no podía dormir, ¿qué parte de no dormir no entiendes?»
Mis pulsaciones ya por encima de 100.
«Mamá me muero de hambre«»A ver, que no son horas«»Pero es que de verdad que me voy a morir«»No, no te vas a morir, CRÉEME. ¿En serio es tanto pedir un café en silencio?¿Es que me tengo que levantar a las cuatro??»»¿Y qué quieres que hagamos? Es que te queremos mucho y queremos estar contigo»
Mamá 0=Niños 2
«No me queráis tanto por favor, y en serio, es un sofá con 7 plazas, no hace falta que estemos todos en un metro cuadrado»
Y os digo que cuando me costaba respirar es que me costaba.
«Tengo hambre, ya te lo he dicho«»No son horas«»Tengo hambre, tengo hambre, tengo hambre, tengo hambre,…«»Subid y haceros el desayuno por favor, pero no quiero escucharos más»
Mamá 0 = Niños 3
La vena del cuello me latía con fuerza.
Mientras Rodrigo ante tal jarana iba hiperventilando cosa rica, ya se había cansado de los dibujos y se iba enfadando más y más y más y más, comenzando a tirar cosas, a darme manotazos mientras sus hermanos se peleaban por ver quién metía primero la leche en el microondas o si el bizcocho de uno era más grande que el del otro. He de decir que esta actitud solo la mantiene conmigo. Si está su hermana por ejemplo, ella le dice que esos dibujos son lo que hay y él claudica. Pero con una servidora nanai.
Al final, entre gritos, manotazos y cabezazos le grité, grité a Rodrigo. Un «Se acabó, esto es lo que hay» contundente, con la voz elevada y enfadada. Y comenzó con los pucheros porque afortunadamente ahora ya sabe cuando estamos enfadados (la mayoría de las veces, no siempre). Me he sentido fatal, pero no porque sea un niño con discapacidad, sino porque me siento fatal cuando les grito o regaño a cada uno de ellos. Él también me pone a prueba, él se aprovecha de mí, ya que solo se muestra así de exigente si estoy yo porque sabe que se lo consiento todo. No negaré que me duele algo más, porque sería falso. Duele mucho, porque me siento fallar al no gestionar esa situación de desbordamiento. Y cuando me abraza como ha hecho hoy…le pido perdón y el mundo se me cae a los pies….No sé si me entiende, pero lo hago. Soy de todo menos perfecta y coherente en la mayoría de ocasiones.
Tras el incidente le di de desayunar, ya eran las 7 y media aproximadamente, y mientras preparaba la ropa sus hermanos se quedaron cuidándole, como siempre. La tranquilidad duró cosa de 20 minutos, cuando la mediana y el pequeño pasaron de jugar a pelearse por alguna chorrada que aún no he llegado a entender. Conclusión, una le increpaba y el otro como respuesta le rayaba su mega agenda de Almudena Cid con el dorso de un boli, dejándola marcada. Siguieron hablándose mal un rato largo, con el tono de voz cada vez más alto mientras yo trataba de entender qué pasaba y Rodrigo se iba alterando demasiado para mi gusto.
La conclusión fue que Alejandro actuó por impulso y básicamente se la pelaba, así que le dije que tenía que reflexionar, pero siguió erre que erre, por lo que le dije que por la tarde se despidiera de ver Pokémon (que es lo que le chifla en estos momentos).
Oh Dios mío.
Gritos, portazos y llantos sin sentido y un «No pienso ir al cole» que me suele hacer temblar enterita porque sabed que cuando lo dice es que lo dice de verdad. Porque amigos, eran ya las 8 y media de la mañana y todos estábamos aseados, cambiados y él seguía tumbado en la cama en pijama por sus santos cataplines. Y volví a gritar, porque mi desesperación era ya superior a toda disciplina positiva y respiraciones profundas y técnicas de autocontrol conocidas. Porque ya no podía más.
Mientras, Rodrigo atacado porque él necesita una rutina que implica, entre otras muchas cosas, ser el último en asearse, acto seguido ponerse las chaquetas e irse. No sabe esperar. Entra en crisis, se quita la ropa, grita, etc.
Pues me tocó vestir a su hermano como si fuera un maniquí todo rígido mientras su cabreo se convertía en un llanto inconsolable pidiendo que su padre regresara. Y entre que lo llevaba a rastras al baño y volvía a revestir a Rodrigo, eran las 9 menos cinco. La sirena sonaba antes de llegar al colegio, y allí que se fue hablando con su hermana como si nada, riendo y tan pichi. ¡Ah! ¿Mis pulsaciones? Fuera del gráfico buscando la salvación.
Rodrigo que no es ajeno a estos estados de ánimo, se pasó el trayecto a la ruta -unos diez minutos- tirándose al suelo y negándose a encontrarse con ningún ser humano en cinco metros de diámetro a la redonda.
Y lo conseguí, lo dejé en su autobús sabiendo que he pedido perdón a mis hijos varias veces, me han desquiciado en ocasiones a propósito y hoy me han quitado un poquito de vida así como quien no quiere la cosa.
Hoy ha sido unos de esos nefastos días.
Ay, Vane… Qué duros son estos momentos. De verdad, lo siento. Pero estos días existen, para todas. Y yo qué sé… Supongo que al menos así aprenden a que los adultos también pedimos perdón cuando no lo hacemos bien… No?
Un abrazo.