-Uy, qué golpe, ¿no?
– Sí
– Venga, come
– Uy otra vez, ¿y esto?
– Yo no soy mamá.
Y en cuanto la tostadora cayó al suelo, la garrafa de 8 litros de agua se puso a bailar como un flan y la olla recién fregada se comenzó a balancear, entonces, supe que estábamos sufriendo un TERREMOTO.
Esto lo vivíamos el jueves 21 a mediodía. No hubo tiempo de salir de la cocina porque finalizó. Pocos segundos que te dan la impresión de ser eternos.
Lo bueno, que no era mi primera vez y le transmití esa tranquilidad a mi hija, que lo vivió como una auténtica aventura.
Sólo fueron 5’1 grados, no hubo daños personales, afortunadamente, y alguna que otra fachada con desperfectos.
Es lo que tiene vivir al borde de la falla euroafricana, que las placas están vivas y en cualquier momento pueden moverse.
Han sido varios los que he vivido, de distinta intensidad, pero sin duda el recuerdo que más me atemoriza es el de febrero de 2004, cuando durante casi medio minuto, la tierra tembló de madrugada. El terremoto, de 7’4 grados en la escala Richter, se producía en Alhucemas, localidad marroquí a unos 150 km, y dejó 560 muertos. Fue devastador. Aquí, en territorio español no hubo víctimas, aunque sí desperfectos y mucha incertidumbre y miedo.
Recuerdo estar durmiendo y despertarme un movimiento brusco, pensando que era un gran camión, como solía pasar al ser la calzada de piedra. Pero no, porque el movimiento continuó y la cama oscilaba de un lado a otro. Mi marido se incorporó de golpe y porrazo y gritó ¡terremoto!. Salimos instintivamente al salón y yo me quedé bajo el marco de la puerta a esperar. Pareció una eternidad, pero fueron escasos segundos. Para romper el dramatismo del momento os contaré un secretillo: mi señor esposo en lugar de preocuparse por mi salvaguarda se dirigió de manera automática hacia las estanterías, de las que se caían los marcos de fotos, para sujetar dos figuras que teníamos regalo de bodas. Tal cual.
La gente se echó a la calle sin saber qué hacer, de noche abierta y es que la sacudida no fue para menos. Emergencias, bomberos, policía se vieron desbordados por el desconocimiento sobre actuación y protección.
Y no debería ser así, porque Granada, Melilla, Murcia…son de las provincias con más riesgo de sufrir seísmos, y no debe resultar algo ajeno. No hace falta viajar a países asiáticos o tropicales para encontrarse con estos fenómenos naturales; podemos sufrirlos en casa. Y esa noche reinó el kaos, la desinformación y el miedo.
Mi hija me preguntó porqué se movía la tierra y tratar de explicarle lo de las placas tectónicas me pareció complicadísimo, «Hija, la tierra se mueve por dentro, y uno de esos movimientos ha sido muy muy fuerte». Y ya por la tarde, tras consultar y pensar, me senté con ella y traté de resolver sus dudas.
Al final lo más importante, y que ella aprendió fue que si vuelve a haber un temblor:
– Se debe guardar la calma
– Hay que meterse debajo de una mesa, lejos de las ventanas
– Si no hay, buscar un rincón y cubrirse la cabeza
– Y pensar que va a durar muy poquito tiempo.
Y sobre todo nosotros, que no nos vean asustados o nerviosos. Ellos van a observarnos en una situación totalmente desconocida y tenemos que ser su referente y su elemento de seguridad, como lo será su maestra o maestro en el colegio.
Además, cuando todo pase que nos cuenten sus sensaciones al respecto, sus pensamientos, la vivencia…
Os dejo el enlace a un vídeo muy cortito que explica a los más pequeños qué es y qué se debe hacer. Evidentemente, según la edad y la madurez habrá que aumentar la información aportada y tratar de buscar su colaboración.
Porque la tierra está viva y puede volver a temblar.
Soy demasiado sensible para estas cosas. He vivido dos terremotos en mi vida y en los dos lo he pasado fatal no, lo siguiente. Suerte que en el primero aún no tenía hijos y en el segundo ni se inmutaron porque me habrían visto taquicárdica perdida y hecha un manojo de nervios. Una madre muy poco profesional.jajajaja