6’00 am. Todos despiertos -evidentemente- desde hace un rato largo, mucho, digamos que las 5 por ser generosos.

La mediana tiene justificación: anginas y ya sabemos lo que es eso, pobre mía.

El mayor no tiene desgaste cognitivo alguno y para él es fundamental porque junto con la actividad física del colegio es lo que le cansa de verdad. Si lo sumas al trastorno del sueño, BOOOM.

El pequeño ha cambiado sus ciclos, así, tal cual.

Llevo subiendo y bajando escaleras como dos horas, no sé de qué me quejo si el confinamiento es cierto que me está haciendo trabajar pierna que da gusto.

Aparezco para hacerme otro café y me encuentro a Alejandro de esta guisa.

“Estoy haciendo meditación para comenzar el día relajado”

“Oh, me parece estupendo hijo”

“Tengo que conseguir concentrarme para que no se me caigan los cojines”

“Muy bien pues dale, dale”

Mientras aguantaba la risa OBVIO me llegaba la reflexión.

Él sabe de yoga y meditación lo mismo que yo de fusión nuclear o estructura de materiales. Eso está claro. Pero desde su mente de niño, de su vivencia de la situación se ha planteado empezar la mañana intentando algo -que positivamente sé que no va a impedir sea una lagartija espitosa el resto del día-, y buscando mi risa porque al final es lo que ha pasado.

“El humor nos salvará” es una frase que estos días se repite.

El humor, la trivialización, la desconexión…

Muchos estamos acostumbrados a permanecer en casa, a vivir situaciones complicadas, pero esto nos supera a todos.

Yo misma no pensé que al cabo de la semana acabaría explotando como lo hice el jueves.

Tampoco me imaginaba que Rodrigo iba a acabar tan afectado.

Pero es que son tiempos del “nadie sabe nada”. Es así.

Comenzamos pensando en que iban a ser solo dos semanas, con energía, fuerza, optimismo incluso, organizando rutinas a los peques y a nosotros, hiperinformándonos. Con ilusión por el regreso.

A los tres días llegaba el estado de Alarma y de pronto el horizonte se difuminaba. La información comenzaba a saturar.

Días después el empacho informativo daba lugar a silenciar hashtags, a dejar de ver noticias, de leer prensa por el sencillo motivo de que no aportaba nada nuevo. Es necesario informarse, , pero el exceso que estamos viviendo no nos ayuda emocionalmente, NO. A mí no me ayuda.

Evito mensajes, artículos, posts sobre “25 actividades para hacer con tus hijos durante la cuarentena”, “este es el calendario que le he hecho a mis hijos”, …

Ayer lo hablábamos en un grupo, tenemos actividades para hacer en esta vida y la siguiente reencarnación.

Hemos perdido absolutamente el norte.

Nos hemos estresado con plataformas educativas que nos han metido de golpe y porrazo, que se saturan, sin orden ni concierto con los deberes. Plataformas que existían ya pero que de pronto debemos conocer y manejar. Nos piden credenciales para una app/web -no lo tenemos muy claro- donde podremos ver las notas y supongo que algo más.

Se nos prolonga el estado de alerta quince días más coincidiendo con el regreso de las vacaciones de semana santa.

Ante esta incertidumbre los ánimos van cada vez decayendo más.

Teletrabajo inviable, gestión de menús en casa complicados por el tema compras, niños que no saben cómo gestionar este confinamiento.

Les hemos arrebatado su mundo: su colegio, sus amigos, su recreo, sus extraescolares y pretendemos suplirlo con un horario de tareas. Las relaciones sociales no pueden sustituirse, ni sus juegos en el patio.

Terapias que se han cortado, servicios fundamentales para personas con discapacidad o dependientes.

En fin.

Un panorama nada halagüeño.

Pero llega un niño, que, pese a la guerra que da (que es mucha),  busca la manera de autorregularse. La manera de no hablar del encierro, del virus. Trata de adaptarse a lo que hay. De la manera que sea.

¿Por qué no puedo hacerlo yo?

¿Por qué no puedo relajarme, trivializar, desconectar algo más?

Pues esta tontería me ha inspirado, fíjate.

Porque creo que debo sufrir menos por Rodrigo entre otras cosas porque es inevitable y en momentos concretos creo que lo paso yo peor que él. Ya no me coge la mochila del colegio, eso implica que está rutinizando a su modo el estar en casa.

Y sus hermanos poco a poco van organizando sus días.

Dicen que les hagamos rutinas, pero las de los míos no incluyen habitualmente manualidades durante tres horas, por ejemplo. No vana  empezar ahora.

Ya han hecho todo lo que podían hacer, y ahora toca hablar mucho, preguntarles, ser muy flexibles con ellos y nosotros.

Ser niños como Ale, porque esto va para largo, no podemos mantener ese nivel de tensión en casa: ya estamos viendo las consecuencias.

Tampoco puedo forzarme estar alegre todo el día, en estos momentos no es natural porque no sale. Pero sí quiero hacer un esfuerzo por encontrar eso que me haga sacar una sonrisa, que me haga reír un rato (algo que no hago en días). Y sí, los bajones cada día duran menos, ya voy siendo más yo y eso hace que ellos estén mejor. Porque son el reflejo de una situación incomprensible para ellos.

La vida no se ha acabado. Es un momento desconocido y duro pero no es el final. Tenemos que pensar en que hay salida y hacer meditación como Alejandro, en un montón de cojines, sin miedo a caer, y si lo hacemos riéndonos de nosotros mismos

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