Desde que Alejandro (#Elde10) era bien pequeño ya sabíamos lo especial que era. No es solo que fuera inteligente, que también, sino que siempre ha contado con una creatividad, una imaginación, una manera de pensar y entender el mundo que no dejaba indiferente a nadie.

Comenzó a gatear, a caminar, a correr antes que a hablar. No lo consideraba necesario porque se bastaba y sobraba para hacerse entender. Bueno, en realidad solo le entendía yo, las cosas como son. No fue hasta que cumplió los 4 años que la sociedad en general pudo comprender a este hijo mío cuyas conversaciones eran una oda a la libre interpretación…

Ya en la escuela infantil su tutora nos puso sobre aviso: «es el más pequeño de la clase (finales de diciembre) y aún así va por delante en todo respecto a sus compañeros. Yo creo que podría tener Altas Capacidades«. Y ahí se quedó la cosa.

Avanzaban los cursos y aprendió a leer de una manera rapidísima y además sorprendentemente bien. Pero cuando comenzó el momento de trabajar la caligrafía y comenzaron las tareas que implicaban repeticiones ahí empezó nuestra pesadilla.

Nunca conseguimos que Alejandro realizara tareas ni copias durante los primeros años. Le parecían aburridas, un sinsentido. nunca entendió la finalidad. Lo único que conseguíamos obligándole era más rechazo y muchísima frustración por su parte.

Esta frustración se convirtió en ira cuando llegó a primaria. Aquí con tan solo seis años ir al colegio se convirtió en una tortura. Lloraba todas las mañanas, se enfadaba, gritaba…Hablo de unos niveles de rabia que llegaban al punto de lanzar objetos, dar portazos y gritos, muchos gritos.

Fueron años de desesperación y de impotencia. A todo esto la agenda de Ale siempre venía acompañada de notas en las que se indicaba que no había entregado la tarea, que había molestado en clase, que había contestado mal,…

No soy capaz de llevar la cuenta de las veces que tuve tutorías de verdad. Siempre acababan de la misma manera «es que no es brillante, es que sí se lo sabe pero luego en los exámenes no saca notas muy altas, es que no participa, es que…» Desconocimiento total. Y ahí fue cuando empecé a informarme y a leer más sobre Altas Capacidades, esa gran desconocida. Ahí descubrí que habían muchos tipos y que él encajaba perfectamente. A partir de entonces comenzó mi peregrinaje personal en busca de respuestas y posibles soluciones.

Solo pedía que la orientadora del centro lo viera un rato, lo escuchara, pero durante dos años fue misión imposible. Imaginad la situación: una psicóloga que iba al centro un día a la semana. En esas horas debía atender los alumnos con dificultades de aprendizaje y TDAH, alumnos «prioritarios«, porque el mío nunca lo era. Y mientras, la situación era cada vez más insostenible. Hablamos de un niño que se negaba a ir al colegio y que comenzó a somatizar toda esa ansiedad en dolores de cabeza, algo que se ha mantenido en el tiempo y que ha quedado como recordatorio, lamentablemente.

En un momento determinado, aprovechando unas vacaciones, sin pensarlo demasiado, contacté con una especialista para que lo valorara de manera privada, María Endrino, de Espai de Psicologia i Aprenentatge en Vila Real (Castellón), porque confiaba y confío ciegamente en ella. Ahí se confirmó, de largo, que Alejandro cumplía con todas mis sospechas, además de contar con una enorme disincronía personal y social, y en algunas áreas la diferencia que había respecto a su desarrollo intelectual frente al psicosocial y a su edad cronológica era abismal. De ahí le venía su frustración, su hiperexcitabilidad…No era capaz aún de identificar todo lo que pasaba por su cabeza. No poseía la madurez suficiente para poner nombre a determinados sentimientos, pensamientos. Con esa enorme memoria y ese pensamiento tan divergente, ese razonamiento tan complejo debía sentirse a veces perdido e incomprendido.

Entonces respiré.

¿Por qué necesitaba respuestas? Porque de no haberse confirmado estaríamos hablando con toda probabilidad de problemas de conducta que entonces habríamos tenido que abordar de otra manera. Pero sabiendo podíamos actuar en consecuencia.

Sin embargo desde el centro educativo no cambió nada porque simplemente no se podía. Ni los docentes tenían la formación, ni las herramientas, ni la capacidad ni los recursos. Voluntad sí, pero al final todo se quedaba igual tras cada reunión: en palabras. Cuando por fin lo valoró la orientadora entrábamos en estado de alarma. Me llamó para comentarme que la vez, LA VEZ, UNA, que lo había visto no se había mostrado colaborador y que según su criterio no cumplía con los estándares para llevar el expediente al equipo de la comunidad. Tras una cita de poco más de media hora, una persona ajena a mi hijo, que no lo conocía de nada, con la que no había podido siquiera establecer un mínimo clima de confianza, en esos 30 minutos decidía si se abría o no protocolo. Evidentemente no di el visto bueno y NO FIRMÉ el informe que me remitió porque no estaba de acuerdo.

Durante el confinamiento todo se agravó. Tan solo hacía aquello que le motivaba cuando le enviaban deberes. Nunca supe cuando tenía exámenes, nunca lo vi coger un libro.

Y desistí. Así os lo digo. Desistí porque dado que mi hija acababa el curso siguiente la primaria ya barajaba en mi mente cambiar a su hermano también de centro.

He de decir que el colegio donde estudiaron es un centro público de la comunidad de Madrid STEM, bilingüe y puntero en tecnología. El profesorado fantástico pero la atención a la diversidad era su punto débil y ahí precisamente es donde más apoyo necesitábamos.

¿Cómo gestionar una búsqueda de colegio sin un reconocimiento por parte de la Comunidad que diera respuesta a sus necesidades?

En un primer momento sí buscamos aquellos que A) tuvieran recursos específicicos de atención a AACC y B) estuvieran dentro del distrito, ya que mis hijos debían ir solos.

Nos volvimos locos porque necesitábamos un colegio al que pudieran asistir ambos, ya que tenerlos en tres centros diferentes implicaba que el pequeño tuviera que irse solo y eso era (y es) inviable e impensable.

LLegamos a visitar un centro que sabíamos a ciencia cierta no podíamos costearnos, con un programa con personal destinado a estos alumnos. Muy buenas instalaciones, todo lo que buscas en un colegio y más, pero la sensación cuando salimos de allí fue de que las familias éramos meros cheques. La única participación a la que podíamos aspirar era la de asistir a las reuniones que se organizaran. Una sensación de desapego que no me gustó nada y que confirmó que debíamos buscar en otra dirección.

Y así fue. Conseguimos cita en otro centro en el que sin haber protocolos ni alumnos de estas características contaba con la metodología que sabíamos a mi hijo le iba a funcionar, basada en la investigación, en el método científico, con ámbitos de estudio y proyectos. La coordinadora de ciclo nos solicitó todos los informes, estuvimos allí horas no solo visitando el centro, sino hablando y contándole cuál era la situación de nuestro hijo, y el Director en cuanto pudo se unió a nuestra pequeña reunión. Nos dejaron claro que no se hacían aceleraciones y que no había un programa específico pero sí una atención individualizada y un seguimiento constante. Además existía un departamento de orientación tanto para primaria como para secundaria de manera que si existía cualquier problema o desajuste allí se trataría para dar con la respuesta a las necesidades que fuese planteando.

Y la gestión emocional. Algo que desde tutoría se trabajaba desde infantil fue lo que acabó de convencernos. Vimos el potencial y a partir de ahí no valoramos ninguna otra opción.

No había plazas pero al entrar su hermana en secundaria (tuvimos una suerte inmensa de que estuviera en nuestro distrito a lo que se sumaron puntos por familia numerosa y hermano con discapacidad), el entró por reagrupación familiar.

A día de hoy no ha habido un solo día en el que Ale se haya quejado por ir al colegio, todo lo contrario. Hay mucho que trabajar aún, por supuesto: rutinas, hábitos, caligrafía (unos mínimos para que se entienda), participación en el aula…pero tanto profesores como nosotros estamos felices de la evolución que ha ido teniendo que es más que evidente. Disfruta creando, con los retos, con sus compañeros. Y eso era lo que buscábamos.

A veces me preguntan que para qué queríamos una valoración. Mirad, la necesitábamos para poder darle respuesta a una situación que nos tenía desbordados a todos. Un niño que llega a lanzar sillas por los aires, que tiene una ira contenida que da miedo, que llora día sí día también por ir al colegio nunca es fácil. Más cuando no comprendes el porqué, ni tú ni él. Si este «diagnóstico» no se hubiera confirmado habríamos comenzado con un proceso terapéutico de cara a trabajar posibles problemas de conductas e incluso el famoso TDAH que se empeñaban en atribuirle cuando nada más lejos de la realidad.

Quizás más adelante volveremos a retomar el tema especialmente por las diferentes opciones que presentan los programas de enriquecimiento de la Comunidad de Madrid, pero de momento él está en el camino y encontrando su lugar.

Las AACC viven envueltas en un halo de genios, creatividad, gran rendimiento y ventajas. Es un «qué suerte que se lo sabe todo sin estudiar» y ya os digo que no. Porque no en pocos casos viene de la mano de una enorme frustración, incomprensión, fracaso escolar, falta de motivación, problemas de comportamiento. Y es que son las grandes olvidadas del sistema educativo. Personalmente ha habido momentos en los que este tema me ha resultado mucho más complicado de gestionar que todas las dificultades que presenta su hermano mayor, al otro extremo de la campana de Gauss.

Al final la atención a la diversidad como comentaba se queda en un limbo. Y nuestros hijos se pierden enormes oportunidades de desarrollar unas capacidades asombrosas que no solo los van a motivar e impulsar a dar lo mejor de sí mismos mientras disfrutan, sino que el mundo se pierde estas mentes tan diversas y creativas que tienen tanto que aportar.

No soy yo de consejos, pero si algo puedo deciros es que no os encasilléis en un informe o en un protocolo, porque una vez que se obtiene si no se cuenta con los recursos, o la formación o la voluntariedad no va a servir de nada porque al día siguiente se va a encontrar en el mismo entorno. Y no siempre es posible el cambio de centro. No queda otra que intentar saciar su sed de aprendizaje atendiendo a sus intereses, buscando actividades conplementarias, libros, juegos…

Alejandro el año pasado estuvo apuntado en una actividad de enriquecimiento de ciencias. Este año no ha podido por incompatibilidad de horarios pero le fue genial. No solo tocaban temas que le fascinaban sino que aprendió a hacer esquemas, mind maps, a utilizar diversas herramientas… La web es Ikigai School por si os interesa.

Es un camino largo pero merece mucho la pena…

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