Piensas que puedes con todo, y estiras de la cuerda más y más hasta que un día se rompe y la ansiedad hace su aparición.
Llega para quedarse.
Estás pasando una temporada de locura, soportando un estrés que no te deja dormir, ni comer, ni casi sonreír.
Un día paras, haces reseteo y te dedicas a respirar.
Parece que no, pero te relajas.
Te incorporas, bebes agua, respiras hondo y te vuelves a tumbar.
El desasosiego va en aumento y comienzas a tener la vista nublada. Miras a tu marido y le dices: «creo que me está dando una bajada de tensión» (sois viejas amigas). «¿Te preparo una infusión?»»Sí, por favor.»
Te vas al cuarto de baño, como siempre. Necesitas ir ahí porque sabes que el agua fría te alivia, igual que tumbarte en el suelo. A veces vomitas, así que es el lugar perfecto para pasar el mal trago.
Pero no, no es igual.
Respiras hondo, cierras los ojos y tratas de hacer relajación, siempre funciona.
Hoy no.
Notas como un hormigueo recorre el lado derecho de tu cuerpo que se va quedando dormido poco a poco. Te pellizcas y no notas nada. Sientes la piel flácida, ajena, al igual que tu ser.
No eres tú.
Y lloras más, ya sin esconderte.
A los cinco minutos llega a la habitación y te lee de internet una retahíla de síntomas que encajan con lo que te está sucediendo: «cariño, o bien te está dando un infarto o bien es una crisis de ansiedad. ¿Sabes que es ansiedad, verdad?»
Respiras hondo. Sigues respirando hondo.
No lo estás, pero no sabes cuándo volverás a un estado normal, así que prefieres aprender a afrontarlo.
De hecho al día siguiente sales a la calle para llevar al mayor a su ruta habitual y es un auténtico milagro que llegues a casa sin desplomarte. No puedes.
Y se marcha, se esfuma. Comienzas a encontrarte mejor, pero sabes que no es para siempre.
Ya se ha instalado en tu vida, y, si bien no es diario, sí te acecha para recordarte que está contigo, y que le encantará aparecer en cuanto el estrés vuelva a tomar el control.
Los profesionales médicos y yo misma coincidimos en la confirmación de una crisis de ansiedad , que había que trabajar algunas cosas y sobre todo, que era cuestión de tiempo.
No importa tanto el tratamiento ahora, sino lo que implica a nivel de calidad de vida: tengo miedo a acumular tarea, a tener trabajo pendiente, asuntos sin resolver. Temo esos días en los que la rutina de casa me desborda, en los que la maternidad -más bien su lado menos amable- hace presencia y pueda estallar, porque me aterra que ella aparezca.
Literalmente hablando.
Cuando escuchas, lees, estás atenta, ves que no estás sola. No en balde ya se la conoce como la enfermedad del siglo XXI, incluso hay quien habla de una Epidemia.
Y no, no es cuestión de Diazepam, Trankimazim, Orfidal, ni hierbas, ni mindfulness.
Es cuestión de hablar de ello, de concienciar, de apoyarse, de saber a dónde nos va llevando esta, nuestra vida actual.
Que es serio, mucho, y peligroso.
He sentido cada síntoma por cómo lo has descrito… Y sí, hay que pedir ayuda y dejarnos ayudar.
Solo algunos de esos síntomas han venido a presentarse pero leyéndote, no sé porqué, se me ha empezado a descomponer el cuerpo…no sé porqué pero por algo será.
Te escribo privado
Y exactamente así fue como estropee la barra libre de mi boda y vomité y lloré amargamente durante horas. Dando el cante y jodiéndole un día precioso al hombre más maravilloso del mundo.
Así se me han estropeado viajes, cenas, incluso algún momento importante de trabajo, pero nuestra boda… Con aquello yo no contaba y no creo que nunca olvidaré lo que pasó. Ahpra me planteo ser madre y el pavor de pasar por eso sin tirar de pastilla me aterroriza.