La primera vez que escuché hablar sobre la RESILIENCIA fue en el año 2010, en el contexto de mujeres que habían sido víctimas de violencia de género. Pasé un tiempo creyendo que esta palabra hacía referencia a una capacidad que había que trabajar en ellas, por haber sufrido grandes traumas, como una herramienta de superación y adaptación.
Poco después descubrí que se trataba de una maravillosa cualidad que definía una forma de vivir la vida, y en ella vi reflejada a muchas personas conocidas y a mí misma.

Según la Real Academia de la Lengua se trata de «la capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o a un estado o situación adversos».
Seguro que conoces a alguna persona a la que le han sucedido catástrofes, golpes en la vida y que se ha levantado con fuerza, optimismo y dando una lección de entereza, para la que la vida sigue a pesar de todo, y que lejos de resignarse, evoluciona. Esa persona es un ejemplo de resiliencia.
Y si te preguntas si el ser humano llega a este mundo con el bagaje de esta competencia de serie, ya te adelanto que no: la persona resiliente no nace, se hace. Es una actitud que se puede trabajar, una forma de afrontar la vida a la que todos podemos aspirar.
 Así que, ¿qué define a una persona resiliente?
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Probablemente te veas identificado en alguna de estas características (o en todas). Y has de saber que trabajándolas se puede llegar a entender la vida de una manera práctica, como una fuente de aprendizajes inacabable que llegan tanto de lo bueno como de lo malo. Cómo todas esas vivencias nos realizan como personas, individuos únicos, fuertes, decididos, empoderados, y nos van a permitir afrontar cualquier situación de manera exitosa con el único fin de lograr ser felices.
Y nuestros hijos pueden -y deben- ser educados en la Resiliencia, siendo un trabajo tanto nuestro como de los profesores y resto de educadores que estén presentes en sus vidas.
¿Cómo podemos comenzar?
– Estimulando su interés por aprender cosas nuevas.
– Animándoles a que tengan -y conserven- amigos. El apoyo a estas edades llega de los pares de iguales y es fundamental el sentimiento de aceptación.
– Enseñarles a que cuando caigan, algo les salga mal, pueden volver a levantarse habiendo aprendido algo de esa situación. El juego puede ser una herramienta fabulosa para ello.
– Fomentando que sean niños optimistas, positivos.
– Que sean niños autónomos, dejándoles crecer y desarrollarse, aprendiendo a cuidarse. Tareas como el aseo, el orden, etc, asumiendo responsabilidades y un papel.
– Que mantengan una rutina, que sean reforzados cada vez que hagan las cosas bien. Para los niños es sinónimo de seguridad, algo fundamental en su desarrollo emocional especialmente a edades más tempranas.
– Que sean generosos con los demás, que sepan tender una mano a otros. Ayudar a un compañero, a un hermano…
La resiliencia nos va a permitir liberarnos del estrés, de la angustia que a todos nos embarga en determinados momentos y situaciones de la vida. Cada uno con sus tiempos, con sus formas, pero todos con la necesidad común de sacar esos sentimientos negativos afuera, para dar paso a estrategias de afrontamiento adaptativas, y, al final, ponernos de nuevo de pie y seguir adelante fortalecidos.
Gracias a mi hijo, me he convertido en una persona resiliente, al igual que mi marido, y al igual que lo serán mis otros hijos. Hemos pasado de no ver salida, y hundirnos con cada golpe, a aprender los tiempos de las emociones, a liberarnos y dar paso a la gestión de soluciones. Hemos conseguido recuperar la sonrisa, el entusiasmo y la tranquilidad. Y seguimos en un camino de aprendizaje que no acabará nunca.
   «En medio de la dificultad reside la oportunidad» A. Einstein
 ¿Y tú, eres resiliente?