Constantemente hablamos de empatía y de la necesidad de trabajar esta capacidad desde bien pequeños. Es algo que, como madre de un niño con discapacidad que afronta situaciones complicadas, demando, porque ésta podría hacer nuestra vida más sencilla, una sociedad más tolerante más implicada.

Aunque todos reconocemos la importancia de ésta, a veces es difícil mantener una postura de comprensión, libre de juicios personales frente a comportamientos, situaciones, que nos generan desconocimiento, disonancia, malestar, incomodidad. Incluso cuando el otro manifiesta un comportamiento que pueda no ser socialmente aceptado motivado por un mal momento personal por ejemplo, y somos conscientes de ello…Nos cuesta ponernos en sus zapatos.

Y es que hay un problema para entender conceptos, ya que se suele confundir la empatía con la simpatía, incluso la pena es un concepto que puede entrelazarle en esta maraña de actitudes…En internet no es raro ver todos estos elementos en una frase como sinónimos cuando ni de lejos lo son…

 

La pena 

Es el duelo por la experiencia de alguien. Por una injusticia, por un fallecimiento, una enfermedad, una situación horrible…Sentimos pena cuando en las noticias vemos cómo hay un sector de la población asolado por guerras, hambre, conflictos. Por los animales maltratados, abandonados…

Esto motiva a mucho a llevar a cabo acciones relacionadas con la solidaridad, caridad. Y si bien, estas pueden ser (y lo son en mi opinión) necesarias como una intervención primaria, a la larga no solucionan la situación ni, en caso de una experiencia individual, ayudan al otro. Porque el problema de base sigue ahí, porque se considera al que sufre como una víctima y no se le está dando la opción de tomar las riendas y empoderarse.
 

La condescendencia

Es el deseo de complacer, dar gusto y acomodarse a la voluntad del otro. Está en el extremo opuesto a la empatía y es algo que personalmente detesto. Sucede a menudo, muchas veces sin que el que utiliza este discurso sea consciente, y otras en las que…bueno, hay toda una intencionalidad. Personalmente he vivido el tono condescendiente sobre todo proveniente de personas del entorno más cercano, aportando sus impresiones por encima de tu propia experiencia, quitando valor a lo que crees, sientes, a cómo actúas, generando un halo de lástima a tu alrededor y de indefensión que no se ajusta para nada a lo que necesitas, deseas y vivencias.
Las personas con discapacidad o que tenemos algún familiar con ella tenemos que lidiar no en pocas ocasiones con estos discursos. 

La simpatía

Es la identificación con la experiencia de alguien, sobre todo a nivel emocional. Nos contagiamos de las emociones del otro: si está triste nosotros también, si está alegre nosotros también. No necesita palabras ya que se trata de aspectos emocionales y surge espontáneamente. Eso sí, a veces puede resultar útil pero otras no. Cuando comparto el dolor o alegría de otro,  ¿estoy escuchando sus necesidades o más bien estoy centrándome en mis propios sentimientos? Es complejo.

La empatía

Es la comprensión de la experiencia de alguien. Es una experiencia cognitiva y emocional y nos hace capaces de conectar con lo que el otro siente, necesita y desea.

Evidentemente la empatía conlleva un trabajo previo de reconocimiento de emociones, de respeto hacia el otro, de tener la capacidad, como repetimos constantemente, de ser capaces de ponerse en la piel del otro, en sus zapatos para tratar de comprender sus circunstancias, sin emitir juicio alguno, sin dejarnos llevar por las emociones. Porque en la base de la empatía se encuentra el no perder nunca nuestra perspectiva, porque podemos no compartir siquiera el mismo estado emocional. Porque la historia del otro no es la mía, es la suya y yo trato de comprenderla.

Cuando escuchamos de verdad al que tenemos enfrente, pero de verdad, es cuando estamos en situación de ofrecernos, de la manera que sea. El apoyo puede llegar de formas totalmente imprevisibles y de cualquier lugar.

El sentirse escuchado ya es un gran alivio para muchos, el tener a alguien a tu lado en silencio, el que se ofrece en acompañamiento físico, una palmada en el hombro, una frase oportuna que calme, alivie, reconforte, un rato de desconexión gracias al humor…

La empatía se siente, se dice, se vive.

Y se puede preguntar, «¿qué puedo hacer para que te sientas mejor, para ayudarte, para darte apoyo?» porque eso, aunque muchos no lo sepan también es empatía.

 

 

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