Ayer fue el día. EL DÍA. Había que hacer la visita de rigor a Cortylandia, parar en Sol e intentar entrar en la Plaza Mayor. Digo intentar porque nunca habíamos conseguido que Rodrigo superase el exceso de estímulos visuales y auditivos, y mucho menos toda esa multitud alrededor de él. El estrés que le provoca es tal que empieza a gritar agobiadísimo el pobrecito y tenemos que dar marcha atrás. Buscando mil excusas para aplazar lo inevitable al final me ví embarcada con los tres churumbeles caminito del centro, tratando de encontrar mi punto de paz interior a sabiendas de lo que nos esperaba.
Al grito de ¡Chicos, nos vamos a Cortylandia!, La de cinco y pico puso una cara de «el caso es que me suena pero no acabo de ubicarme» y el de casi tres «Sí, si, yo sé lo que es Cortylandia. Lo he visto en la piscina… … …  (piscina hinchable, ¿eh?)
En fin, que ante tanta sabiduría, nuestra expectación se centraba en el de casi siete, como siempre. Porque si él disfrutaba con esto, si él superaba con éxito esa tarde, era un éxito de todos.
Y lo conseguimos, sobrevivimos sin bajas, y todo siguiendo unos sencillos cinco pasos que, como soy tan generosa, voy a compartir con vosotros.
  1. Que tu marido (o pareja, o familiar, o vecino,…) trabaje en el centro y pueda dejar el coche en el parking.
  2. Acortar distancias prometiendo y perjurando que está en la siguiente calle, y cuando empiezan a protestar alucinar con tooooodas las luces que hay.
  3. Poner a tu hija de cinco y pico al frente de la expedición para hacerse camino a empujones, sin pudor, y poder encontrar un sitio medianamente decente a tres minutos del incio del espectáculo.
  4. Llevar alfileres (esto es una recomendación) para reventar el globo del caballito rosa que una adorable niña en hombros de su adorable papá te planta delante de la cara durante los quince minutos que dura la historia. También vale que tu partenaire se ponga a gritar «¿Ves Alejandro ? ¿Ves bien? ¿Veeeeees?» mientras yo le insinuo con poca discreción lo de la aguja. Cuando el papá adorable se gira y te mira con cara de te-he-escuchado-calla-ya y sujeta la pata del caballito rosa fucsia también adorable, puedes decir que el objetivo ha sido cumplido.
  5. Convencerles una y otra vez de que la vuelta siempre es infinitamente más corta que la ida, que está científicamente probado, cuando tú casi ni puedes andar porque estás agotada y lo pobres van arrastrando los pies.
Y así se llega al coche y se vuelve a casa tan ricamente. Palabrita de la buena.
La cosa no fue mal, la verdad, aunque los madrugones les pasaron factura y no estaban tan animosos como cabría esperar. Pero no estuvo nada mal, sobre todo porque mi niño especial entró en la Plaza Mayor como un campeón, e incluso pudimos deleitarnos unos minutos y comprar una herrería para el belén. Además, tuvo tiempo hasta de perder una zapatilla, y ahí estaba el padre buscando por la plaza a ras del suelo, como si no hubiese mañana, no tanto agobiado por el niño, sino por cómo narices iba a llevarlo en brazos hasta el coche…pero aparecío apareció…
Por la noche, al acostarlos -cayeron en menos uno-, sólo podía pensar en lo orgullosa que estaba de ellos. Y de mí por haber logrado semejante hazaña.
En fin, que puedo decir eso de Yo sobreviví un año más al centro en Navidad. Ya puedo relajarme hasta dentro de un año. Ahora sólo espero que no pidan que les lleve al Xanadú un domingo por la tarde, porque me da algo…