Llegó el día, mi niño especial cumple siete añazos como siete soles.

  Al margen de tener dos niños lo más antipedagógicos posible, y en su momento haberme enfadado conmigo misma por no haber apretado más las piernas y haberlos aguantado hasta el uno de enero, hoy me encanta que sean dos niños navideños, me parece el mejor regalo de reyes anticipado.
   Estoy esperando a que mi siete me regale una de sus sonrisas deslumbrantes, marca de la casa, y me de un abrazo de oso. Hoy no pienso soltarle en todo el día, y si quiere pasárselo comiendo bizcocho y leche, pues que lo haga, que se lo consiento todo.
   A él, un luchador, que nació con tantas dificultades, que luchó como un jabato en la tripa de mami cuando aún no era su momento pero todo venía en contra. A él, que ha conseguido hacer de la imperfección mi motivo de orgullo. A él, que me ha hecho vencer prejuicios y me ha dado entendimiento. A él que, a pesar de haber sacado lo peor de mí, ha sabido potenciar todo lo bueno y convertirlo en mi seña de identidad.

Y si tuviera que volver a nacer no lo querría de otra forma. No podría ser de otra manera.

  Nadie me bizquea como él, ni me grita, ni se muerde los dedos, ni hiperventila, ni me abraza, ni me mira…
  Nunca un sonido tuvo tanto significado. Un «ATA» acompañado de una mirada picarona que te hacen salir corriendo detrás de él para llevarlo en volandas, a riesgo de partirte la espalda, y comerle a bocados.
   Seguiremos acompañándote a tu ruta, un día tras otro, hasta que llegue el momento en que lo hagas solito, porque seguro que lo conseguirás.
   Seguiremos trabajando contigo, hasta la extenuación, porque aunque te canses, a veces incluso te duermas, en el fondo sabes que tienes que hacerlo, que te lo debes, y por eso te damos las gracias.
   Seguiremos dándote la mano cuando sufras tus crisis hasta que te quedes dormido, porque sabemos que nos estás esperando en tu propia ausencia.

Porque todo es por y para tí.
Así que, campeón, Muchas felicidades. Va a ser tu año…