Cada vez que leo u oigo que una madre con niños pequeños -sí madre, que todos sabemos que los padres sois de otro universo y padecéis sordera parental nocturna– ha dormido más de ocho horas se me abren las carnes.
Llámalo envidia, deseo, añoranza…el caso es que las emociones (y casi ninguna positiva) se acumulan y sólo puedo darme golpes contra la pared y exclamar: ¡por qué me ha tocado a mí, por qué, por qué!

Y es que en el reparto de horas de sueño Morfeo no suele atinar. No. Lo mismo hay por ahí marmotillas que se zampan trece horas del tirón o los míos que da gracias si llegan a siete u ocho diarias, independientemente del desgaste que hayan podido tener.

«Son de ciclo corto»
Esa es la frase que me repito cual mantra para autoconvencerme de que no, no lo hacen con maldad. Porque el caso es que, el resto del día funcionan como alcalinas, sin parar.
Echando la vista a la biología podemos encontrar animales que duermen poco, muy poco.
¿Sabías que las jirafas duermen una media de tres horas al día y no de forma seguida? ¿O el caballo, o el elefante?
¿O que los delfines para descansar son capaces de desconectar un hemisferio y tener el otro activo para salir del agua y respirar?
¿O que las vacas y ovejas duermen unas cuatro horas?
A ver, que no es que yo esté comparando a mi progenie con estas especies pero….que a ver si hay algún salto evolutivo extraño en mi rama genealógica.
O es que tienen la habilidad de desconexión hemisférica que sería la leche.
O simplemente llegará el día en el que petarán y dormirán dos días seguidos del tirón, y entonces yo me infartaré pensando que les ha pasado algo.
Porque esa es otra, basta que un día duerman más de ocho horas para estar haciendo visitas a las diferentes habitaciones y comprobar que hay latido. Tal que así.
Mientras, esta madre que suscribe, con ojeras que ya no hay corrector que disimulen, ha de buscarse la vida para rascar minutos de descanso: mientras hierven los macarrones, en el aseo, observando como centrifugan las sábanas…
Y en el quirófano. 
¿Cómo? Pues sí, así es, porque cualquier momento es preciado, así estés con una bata de hospital, con el culillo al aire y tumbada en una mesa de operaciones.
Porque en mayo, para los que aún no lo sepáis, que mira que dí la brasa, me extirparon un lunar de la nariz para lo cual tuve que ingresar en Hospital de día porque me llevé cuatro puntitos. 
El caso es que, mientras uno extirpaba y la otra trasteaba el hueso nasal oí un:
– ¿Estás dormida???
– Pues mira. sí he dado una cabezadita, que estoy en la gloria.
– Es la primera vez que se me duerme un paciente mientras le estoy poniendo los puntos. Tienes la respiración profunda profunda…
– Si es que entre el fresquito y la música y este silencio…es lo más parecido a un SPA que voy a tener los próximos años. Que no sabe lo que me espera al llegar a casa.
– Ja, ja, ja…Si quieres puedes quedarte un ratito, tómate el tiempo que necesites para no marearte al levantarte, que eres la última paciente.
– Pues sí lo haré, gracias…
   Y esa fue la operación de quince minutos que se prolongó a casi una hora más larga de la historia del hospital Quirón.
Así que seguiré en mi periplo de buscar el momento adecuado para conseguir algo de descanso y relax, así tenga que quedarme encerrrada en el ascensor, o en el coche o irme al ginecólogo, que eso me garantiza horas en una sala de espera en total quietud.
Dime tú, ¿dónde encuentras tus minutos de relax?
   

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