El mundo de las diferencias individuales es tan rico como personas hay en este mundo.
Cuando esas diferencias vienen marcadas por algún tipo de lesión cerebral se le da un diagnóstico (o si no lo hay se etiquetan una serie de síntomas) y se interviene.
Se han ido desarrollando terapias y tratamientos efectivos para múltiples problemáticas. Se han creado proyectos educativos, realizado adaptaciones curriculares, creado aulas de integración y de refuerzo. Centros especiales. Un abanico amplio, aunque como hemos ido viendo durante estas semanas a todas luces insuficiente por la escasez de recursos.

¿Qué ocurre cuando de repente un niño comienza a desatacar excepcionalmente de manera temprana por encima de la media, y esa precocidad viene acompañada de inadaptación, frustración, cambios de humor, fracaso escolar, diagnósticos equívocos de TDAH…?
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Se calcula que un 3% de los menores tiene un CI superior a 130 pero que sólo un 0’7% están diagnosticados.

Hoy vamos a conocer el caso de Montse Arnaus, de Mis chicos y yo, con dos hijas de Altas Capacidades. Un camino que no ha sido de rosas porque el sistema educativo y la sociedad no están ni de lejos preparados para atender a estos pequeños. Escasez de recursos para proseguir su estimulación, falta de empatía y sensibilidad y una tendencia a culpabilizar al propio niño y a su entorno familiar.

La realidad de la conocida como Superdotación no es la del dicharachero chaval que deslumbra a todos y que nos han vendido en tantas y tantas ocasiones las películas. La realidad es que hay un trabajo muy complicado hasta encontrar aceptación, el lugar donde encajar, donde encontrar un equilibrio, superar estereotipos y sobre todo donde estos niños puedan seguir disfrutando de su infancia sin perder ni una pizca de felicidad.

«Hace ya 8 años me encontraba llamando al timbre de un portal en el que se destacaba un cartel: «Centro de atención y diagnóstico de superdotación y altas capacidades» con una pequeña de 5 años de la mano. Debatiéndome entre la sensación de estar donde no debía (todos los padres tendemos a creer que nuestros hijos son muy espabilados) y el temor a que la única salida por la que atisbaba la solución a los problemas en el cole de mi hija se cerrara.
Aquella llamada marcó un antes y un después en la educación de mis hijos en el ámbito escolar. Para mí era normal que al año reconocieran las diferentes partes del cuerpo y la cara, que antes de los dos contaran hasta 10. Que a los 2 años conocieran de memoria un amplio repertorio de canciones infantiles, que a esa edad escribieran sus nombres e hicieran puzzles de 25 piezas, o manejaran solos los programas infantiles del PC, que con 4 leyeran y escribieran bastante bien, que me abrumaran a porqués o me hicieran preguntas elaboradas, incluso sobre la muerte o el medio ambiente, que se interesaran por el arte y les atrajera, que poseyeran una gran capacidad de concentración, un altruismo innato y un elevado sentido de la justicia, que su lenguaje fuera muy rico o que fueran perseverantes hasta la exageración cuando se encontraban frente a un reto…Sinceramente, no comparaba con otros niños.
Sin embargo, en el colegio hay que seguir un ritmo, y allí es donde se empezaron a plantear los problemas, y es que el nivel de aprendizaje de mis hijas estaba tan por encima del de sus compañeros que una se encerró en sí misma y la otra se empezó a quejar alegando que ella en el cole se sentaba y, con tono despectivo y los gestos efusivos de una niña de P5, espetaba: –¡Que aprendan ellos!- Ella, ya lo sabía.

Cuando planteé en el colegio que mi hija se sentía molesta por que no aprendía, la tutora no me hizo mucho caso: –No te preocupes, en cuanto empiecen con la letra ligada se le pasará… – Aquel tipo de respuestas volátiles y poco efectivas fueron las que me empujaron a realizar un diagnóstico de altas capacidades.
Y más sabiendo por la niña que ya en P4 las profesoras de ese curso se reunían para dictarle palabras, quedando sorprendidas por su nivel de lectura y escritura. No lo veían muy normal, pero jamás me dijeron nada.
Evidentemente, la cuestión radicaba ahí, y cuando de nuevo me presenté al colegio con el informe, la tutora no lograba dar crédito a los resultados. Ante mi pregunta: –¿Ahora qué hacemos?- la psicopedagoga me contestó que no sabía nada de este tema, la tutora como coletilla anunció:
 –El problema lo tienes tú.

No os podéis imaginar como resonaba esa frase en mi cabeza… No tenía absolutamente el más mínimo problema con mis hijos y los consideraba los hijos que cualquier padre pueda desear. Debo confesar que me dolió esa afirmación taxativa. Y más cuando estaba en plena fase de asumir la cuestión con muchas dudas y poca información.
Lo primero que le pasa a unos padres ante un diagnóstico de este tipo es que les embarga la incertidumbre, al menos en mi caso. El hecho de que existan muchos estereotipos y prejuicios en el tema de la superdotación no ayudan para nada, y si os encontráis en este punto, lo que os aconsejo es que os informéis al máximo de todo lo relacionado con la superdotación.

Personalmente realicé cursos tanto presenciales como por Internet (dirigidos a los docentes), asistí a numerosas jornadas sobre el tema, las horas que fueran necesarias, me empapé con todos los libros que caían en mis manos y extraje mis propias conclusiones. A día de hoy puedo afirmar que en relación a las altas capacidades, los únicos problemas que he tenido con mis hijos han sido a causa del colegio. Porque los superdotados son los grandes olvidados del sistema escolar, que está específicamente pensado para los que se mueven en la media. Por arriba o por abajo es más complicado. Es habitual que en los colegios se impartan clases de refuerzo, sin embargo pocas de ampliación de conocimientos.
A menudo la gente comenta que educar a estos niños no es fácil. Como madre no conozco otra cosa, y a grandes rasgos, para mí ha sido tan simple como avivar una llama. La llama de la curiosidad y los intereses de mis hijos. Lo único que he hecho es dotarles de las herramientas necesarias para fomentarlos. Y ayudarles a crecer como personas. Para mí no ha sido difícil, he tenido la suerte de que me han salido unos niños emocionalmente fuertes y equilibrados, sin embargo sé de otros casos en que no ha sido así.
A pesar de ello, se han producido circunstancias con las que no ha resultado fácil enfrentarme:
El desconocimiento de algunos profesores. Las excusas de otros: –Le ayudan mucho-, –Esto pasa porque los adelantáis- o –Hay que frenarlos…. – Que corten el presupuesto para la clase de ampliación. Que tus hijos acaben asumiendo y languideciendo en la escuela, se desmotiven, y pierdan el interés por aprender. Saber que te catalogan de prepotente sin conocerte. Que ante un niño encerrado en sí mismo te digan que no creen en los test. Salir del armario y dar a conocer sus capacidades y enfrentarte al dilema de una aceleración escolar. No es fácil que tus hijos sufran acoso o que escondan sus capacidades para pasar inadvertidos. Ni lo es ver la desilusión en los ojos de un niño que había puesto grandes expectativas en la educación escolar. Asumir que el sistema educativo no está hecho para tus hijos y que solo queda ir trampeando.

No es fácil observar como aprenden a callar para no contradecir a un profesor que está transmitiendo una idea errónea sobre uno de sus centros de interés, no es fácil que tengan que explicar porque se saltan pasos en los problemas matemáticos, porque ellos no se dan ni cuenta. Es todo un reto enseñarles a esforzarse cuando no tienen ninguna necesidad de hacerlo. Duele que los compañeros les digan que usan palabras raras, y no compartan sus intereses, e incluso intenten rivalizar con ellos… No es fácil buscar alternativas que les motiven fuera de las aulas mientras ves como va aflojando su interés por lo académico. Ni que la gente entienda que aquel pequeño que te acaba de explicar el proceso de la metamorfosis de la ranas se sumerja de pronto en una rabieta subliminal porque ha perdido en un juego, o que las cosas les afecten mucho más que a otros niños…

Así que si os encontráis frente a un diagnóstico, veréis que el camino no es tan sencillo, pero que hay que luchar por estos niños, os necesitan. Es probable que encontréis barreras y trabas, unos más y otros menos, depende del colegio y los docentes. Dentro de todo, en mi caso he tenido suerte, y personalmente estoy satisfecha porque sé que en el centro donde estudian los míos, a día de hoy son mucho más sensibles a este tema y poco a poco se van abriendo puertas para los que vienen detrás
Se debe ser muy consciente del hecho de que tengan mayor capacidad no significa que aprendan solos, es más, es muy fácil caer en la desmotivación, la rebeldía o el fracaso escolar. A pesar de que no ha sido un camino de rosas llegar al punto en el que estamos, no puedo obviar el hecho de que también me he encontrado con docentes implicados y capaces, a los que tengo mucho que agradecer, y que es muy importante que exista una buena relación escuela-familia.
¿Acaso no es la mejor recompensa para un profesor tener un niño con ansias por aprender? ¿Se puede negar un docente a enseñar a un niño cuyo afán de conocimiento es tan vital como el comer?
Por otra parte, no hay que ocultar a los niños que tienen altas capacidades, esa es mi opción, aunque no la de todo el mundo. Estos niños se perciben a sí mismos como diferentes, sus compañeros de la misma edad los ven diferentes (aunque ello no implica que no estén integrados) y los niños han de saber por qué. Desde hace muchos años les digo que han nacido con muy buenas cartas, pero que eso no basta, que han de aprender a jugarlas, y para ello es fundamental el esfuerzo. Siguiendo a José Antonio Marina les digo que una cosa es la inteligencia y otra es el talento. La inteligencia se tiene, el talento se cultiva. Les digo que han de extraer lo mejor de sí para sacar ese talento escondido. No hay más que recordar la fabula de la liebre y la tortuga. Ante el sistema escolar es muy fácil comportarse como la liebre, y no necesariamente tienen por qué ganar la carrera, es más, si no se cuidan, esas capacidades pueden acabar perfectamente en un fracaso escolar. A medida que van avanzando cursos no han aprendido ni técnicas de estudio, ni han dedicado tiempo a estudiar… Llega un momento en que no sirve únicamente lo que han escuchado en clase, si a ello le unimos la desmotivación por años de ejercicios repetitivos, tenemos el fracaso servido en bandeja.
Así que si tenéis sospechas sobre si vuestros hijos son superdotados o de altas capacidades, mi consejo como madre es que realicéis un diagnóstico, os informéis, mantengáis buena relación con el colegio, os apuntéis a alguna asociación en la que los niños puedan interactuar con sus iguales y ver que hay muchos en su situación. A los padres, compartir experiencias también os irá muy bien.
Sobre todo creer en ellos, acompañarles en sus dudas, y enseñarles a buscar respuestas, los padres no las tenemos todas. Por otra parte, no hay que centrar todas sus vidas en esa característica, porque es solo uno más de los rasgos de su personalidad. Enseñarles a aceptar su diferencia y a valorar que cada persona es diferente a las demás y que de todas las personas se puede aprender algo, que nadie es mejor ni peor, simplemente somos seres individuales. Ofrecerles estímulos diversos y variados. Observarles: cualquier cambio de humor, enuresis en los pequeños, síntomas psicosomáticos… pueden ser indicio de que hay problemas.
No fomentéis la competitividad y no os olvidéis de trabajar la intolerancia al fracaso. No frenéis su curiosidad ni sus ansias de aprender. Es importante apoyarles en sus intereses, enseñarles a buscar respuestas, no poner expectativas elevadas sobre ellos, porque como padres nuestro objetivo no es que nuestros hijos sean los primeros en todo, sino que sean felices.»
No, como vemos no es un camino fácil. Lo que más agradezco a Montse es el consejo de seguir avivando la llama de la curiosidad y los intereses dese casa. Darles la oportunidad de seguir creciendo y entender porqué son diferentes.  Y sobre todo educarlos en la cultura del esfuerzo.
Coincido con ella en que las AACC son las grandes olvidadas. Hay poca formación y poca información. 
Recomiendo que, a la mínima sospecha, consultéis primero con el orientador del centro y luego con el Colegio de Psicólogos de vuestra región para que os deriven a uno especializado. El tiempo es preciado, especialmente si hay complicaciones, para tratar de atajar los problemas colaterales a tiempo y salir de dudas, como decía Montse, la incertidumbre va a ser un elemento a combatir para lograr la estabilidad vuestra y de vuestro pequeños.
¡Muchas gracias por haber querido formar parte de esta comunidad de Familias Diversas!

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