Lo reconozco, uno de los temores que se me han pasado por la cabeza en no pocas ocasiones es que mis dos hijos pequeños no desarrollaran empatía hacia su hermano mayor.
Sí, ya sé, lo del lazo fraternal y tal, pero, ¿qué queréis?, hay ocasiones en las que no dejo de pensar que, porque no tiene los mismos intereses, no sabe jugar, no hace las cosas que ellos hacen, al final acabe aislado, y sólo. Y eso me provoca una pena inmensa.
He dicho en infinidad de ocasiones lo orgullosa que estoy de mi hija mediana, pero es algo excepcional. El hecho de «ser casi mellizos» como ella dice, de haberlo vivido todo desde el primer momento, ha generado un vínculo muy especial.

El pequeño es otro cantar.

Siempre ha estado con su hermana.
Son Zipi y Zape, Pili y Mili, Dory y Marlin, Ash y Pikachu…inseparables.
Es verdad que, entre el momento pre-pre-adolescente de ella y el carácter «hagoloquequierocuandoquiero» de él, hay días que se lo pasan enganchados, pero al final hacen un equipo fantástico y no pueden pasar el uno sin el otro.
Todo esto viene a colación de algo que me sucedió el otro día, en el que Rodri estaba muy muy nervioso. Gritaba mucho, protestaba, me daba manotazos y me enfadé. Bueno, esos enfados en plan «¡¿Pero qué es lo que quieres?!». El pequeño me miró y me dijo: «Mamá, si supiera hablar te lo diría».
Y en ese momento pude verlo. 
Vi lo mismo que veía en su hermana, pero de una manera diferente, con su personalidad. Porque cada niño es un mundo y no todos expresan ni actúan de la misma manera.
Ahora veo cómo, cuando entramos al ascensor, le recuerda -y regaña al mismo tiempo- para que no ponga los dedos cerca de la puerta (se los pilló el otro día con consecuencias).
Ahora veo cómo cuando Rodri pide algo, él le hace el gesto de beber por si es eso lo que quiere.
Ahora veo cómo cuando ponen los dibujos que le gustan enseguida se dirige a él para, todo emocionado, informarle y que venga a verlos…
Me gustaría recuperar un post que escribí para una colaboración, hace casi dos años, en el que hablaba de mi hija como hermana de un niño con discapacidad. Hoy en día, evidentemente lo habría hecho de otra manera, porque no es una, son dos.
«El otro día mi hija, de cinco años y medio me decía: “Mami, yo también quiero tener de mayor un hijo especial”. Muy sorprendida, le pregunté por qué, a lo que me respondió: “porque mi hermano es muy rico, muy bueno y todo el mundo le quiere”, y mientras escuchaba eso se me hacía un nudo en la garganta y sólo pude que abrazarla todo lo fuerte que su cuerpecito aguantó, hasta que me pidió que la dejase respirar.
hermana-inclusión-discapacidad-blog-diversidad madurezCon apenas 17 meses de diferencia con su hermano mayor, con lesión cerebral severa, sus caminos han sido muy paralelos, comenzando a andar con pocos meses de diferencia y compartiendo guardería, carro y vivencias. En poco tiempo mi hija pasó de ser la pequeña a convertirse en la hermana mayor.
Y ha sido un camino muy difícil.
Los que tenemos niños con capacidades diferentes nos volcamos en ellos, especialmente los primeros años de vida, y no te da la vida para atender a los otros hijos por igual.
Te pierdes muchas cosas por el camino, y acabas exigiendo a los hermanos que adquieran una madurez y una responsabilidad no propias de su edad, pero no queda otra.
Cuando mi hija era muy pequeña, no entendía por qué pasábamos tanto tiempo con su hermano, y de nada servía explicarle que estábamos trabajando con él. Fueron unos años de crianza complicados y angustiosos, por esa sensación de abandono que nos reconcomía.
Hubo momentos de grandes llamadas de atención, de rebeldía y actitudes que nos pusieron en alerta y fue en ese instante cuando tuvimos que hacer un alto en el camino para valorar cómo lo estábamos haciendo y cómo debíamos hacerlo.
Y así hicimos: pasar más tiempo de juego con ella, descargar responsabilidades, explicarle la problemática de su hermano de manera clara y hacerla partícipe del programa de desarrollo del mismo como un elemento fundamental, alabar todos y cada uno de sus logros, contacto físico de abrazos constante, darle libertad para expresar dudas y malestares, respetar sus momentos de reclamar atención e intentar oírla reír cada día. Y algo importante, saber que es única, porque no hay otra hermana mayor como ella.
Hoy por hoy nuestra hija es un ser excepcional, con unos valores admirables, una sensibilidad y un sentido de la responsabilidad que me hacen sentirme orgullosa casa segundo, y no por ello dejando de ser una niña. Su hermano de tres años va por el mismo camino, y es lo que esperamos que sean, niños, pero también niños especiales porque tienen un hermano especial. Y para ellos, eso es toda una suerte.»
Hoy en día matizaría lo de Especial. Ahora lo veo de otra manera. No son especiales, bueno sí, cada niño, en su singularidad lo es. Uno lo es porque trabaja de una manera excepcional y los otros porque demuestran una madurez por encima de lo habitual.
Gracias por estar ahí

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