Marzo.

Ya estamos en marzo, madre mía, y de verdad que que me persigue una sensación de ahogo intensita, lo reconozco.

No puedo evitar pensar que llevamos un año así, malviviendo con este virus. Malviviendo porque llevo 13 meses sin ver ni abrazar a mi madre y a mi hermano, sin ver a amigos, sin hacer tantas cosas que antes me parecían de lo más mundanas y ahora me faltan, y las añoro.

El estar en casa se me hace bola pero es que la lesión de la pierna no ayuda. Almenos hace mes y medio salía al colegio, a llevar y recoger niños, a pasear a la perra, a hacer algo de deporte…Ahora, llevo desde mediados de enero encerrada en casa y esto se parece mucho, pero mucho a un confinamiento duro.

Lo bueno: que sé que es temporal y en nada estaré, aunque cojeando, acompañando a Rodrigo a su ruta y recogiendo a mis hijos del colegio. Ese cambio me volverá a dar la vida, lo sé. Pero me siguen faltando mi familia y algo de vida social.

Son muchos meses, meses que se han ido acumulando. Y ya qué quereis, una necesita aire.

Cuando se habla de Fatiga Pandémica yo no puedo dejar de pensar en todas las madres (y padres pero somos mayoritariamente mujeres) que ejercemos de cuidadoras, con hijos con discapacidad.

No puedo dejar de pensar en ello porque esta fatiga la llevamos sufriendo desde el día del diagnóstico, desde el momento en el que llegan las renuncias o elecciones, las luchas internas, los cambios vitales. Porque ya hemos estado ahí.

Cambian los apellidos pero en esencia es la misma cosa.

Si en algo se ha diferenciado la situación de pandemia de mi propia experiencia es el virus, obviamente, que me ha creado un miedo atroz por la posibilidad de infección en mi entorno. Si aislamos esa variable, lo vivido me resulta tan familiar que da miedo. Da miedo pensar todo lo que hemos atravesado como familia y a nivel personal en este camino de maternidad diversa.

Cuando lo analizas, cuando te dices a ti mismo «¿cómo es posible que haya superado todo esto y pueda seguir en pie?» sorprende. En pie pero diferente, porque cada experiencia nos ha ido modelando y cambiando por fuera y por dentro.

Cuando me miro al espejo y veo cómo el estrés causa estragos en mi, sin embargo no dejo de sentir cierto orgullo personal. Por haberlo superado, haber crecido, haberme adaptado…y siento que para mi eso es el éxito.

No sé si voy a lograr transmitiros esa idea, disculpadme que el cansancio hoy hace mella, pero lo que trato de deciros es que, pese a la pandemia, pese al agotamiento, a los confinamientos impuestos y sobrevenidos, al dolor del diagnóstico y la pérdida, a tantas y tantas cosas que nos suceden…aquí seguimos.

No mejores. Diferentes.

A mi me gusta mucho echar la vista atrás, ¿sabéis porqué? porque me ayuda a mirar con perspectiva y relativizar. Cuando me siento decaída, desmoralizada solo tengo que pensar en cómo estaba hace años, cómo todo se me hacía un mundo y sin embargo ahora soy tremendamente más fuerte, flexible, resiliente, organizada…

Haced la prueba. Os aseguro que en nosotros está la fuerza, y en lo que decidamos que sea nuestro soporte. Nuestra pareja, nuestros hijos, nuestra red de amigos, un ficus…lo que sea!!!

Y tras esta charla automotivadora voy a poner a hervir el arroz.

Espero que compartáis vuestras reflexiones por aquí. ¡Me encantta leeros!

Loading