INDIGNADA, HARTA, CANSADA, ENFADADA.

Así estoy yo, tras ver constantemente noticias sobre gente que se salta las normas relacionadas con las reuniones, ante fiestas ilegales, conciertos multitudinarios, los “a mi no me va a pasar”, los “es que no puedo dejar de salir”, los “a mi dejadme ser feliz y vivir tranquilo”.

Mira, a tí, que te estás pasando por el forro y por la punta de la responsabilidad todas las recomendaciones, que las cifras de contagios, ingresos y fallecidos no te dicen nada, a ti te digo una cosa:  te puede pasar, si puedes prescindir de salir una temporada  y ojo porque tu tranquilidad va en relación con la de los demás. Tus acciones tienen consecuencias, es lo que tiene vivir en sociedad, ¿sabes?

Te contaré un secreto. A mis 45 años yo, en una época anterior también fui joven, y también me ha gustado estar con gente comiendo, reunida, e ir a conciertos, salir a tomar algo… Y, aunque no lo creas, se puede sobrevivir sin ello. No se acaba el mundo, todo lo contrario: en estos tiempos estás mejorándolo.

Llevo un año sin ver a mi madre. Una mujer de 70 años, viuda, que vive sola a 500 km, y es enferma crónica con pluripatologías y colectivo de riesgo. Acaba de fracturarse una vértebra. Además, tengo un niño de casi 13 años con discapacidad severa y, aunque su salud no es mala, su afectación cognitiva dificulta mucho la detección de una posible infección, imposibilita el aislamiento con el consecuente riesgo para los cinco que convivimos además de afectar a sus compañeros y profesionales. Una infección no es algo que podamos permitirnos en nuestra familia.

Así, nuestra vida desde marzo ha sido la de un semiconfinamiento entre impuesto al principio y voluntario después.

Yo solo salgo de casa para llevar a los peques al colegio, ir a la farmacia (intento acumular recetas para hacerlo menos posible), a las citas médicas ineludibles (hemos sustituido las rutinarias por telefónicas), a la compra de vez en cuando y a sacar a mi perra, algo que hago en el campo donde apenas coincido con otras personas. Llevo así desde el 11 de marzo.

No he salido de paseo, no he pisado una cafetería, no he visto amigos ni familiares.

Mis hijos no habían visto ni estado con otros niños hasta que comenzaron las clases en septiembre.

Todos hemos hecho esfuerzos y no, no ha sido fácil, pero hemos podido. Ellos han podido y lo han entendido, con su corta edad. E incluso en los momentos más duros, han entendido lo especial de las circunstancias, algo que tú, como adulto no logras comprender, o no quieres. Tu egoísmo te puede.

He escuchado a muchos como tú y te diré que también, gracias a todos los sanitarios con los que tengo contacto, he conocido casos y casos de otros como tú que han acabado enfermando.  “Pero si era muy joven, no tenía patologías, estaba sano…”.  Te lo repito despacio para que lo entiendas: el virus no discrimina a nadie, es una suerte de lotería. Y desde el momento en el que te expones sin cumplir las medidas que los profesionales sanitarios determinan sque on necesarias para nuestra salud, desde ese instante, estás en riesgo, jugando a la ruleta rusa en la que no solo hay una bala en la recámara.

Y cuando por estas actitudes, por los botellones, por los cumpleaños numerosos, por las fiestas secretas… los datos empeoran y hay que hacer más y más restricciones, son restricciones que impiden que, de nuevo, mis hijos y yo no podamos ver a mi madre. Ni yo, ni mucha gente que tiene a sus mayores lejos y solos.

Esa soledad les afecta, mucho. Más en estos duros tiempos, y la soledad mata poco a poco. Cuando mi madre me hace una videollamada algo se me rompe por dentro cuando veo su rostro cada vez más deteriorado por la pena.

Pero a ti no te importa. Porque no te toca. Pero puede hacerlo. Tienes amigos, tienes familia.

Y si te toca -que ojalá no, pero si lo hace- ese día espero que te acuerdes de mí, de mis hijos preguntando porqué no pueden ver a su única abuela, de porqué ellos no salen y otros sí, mientras yo les explico que, porque nosotros hacemos lo que hay que hacer para algún día volver a nuestra vida de antes, y ser lo más libres posibles.

Porque lo que estás haciendo ahora que tanto reclamas como vivir tu vida con libertad no es sino un robo a mano armada de la nuestra. Hay momentos, de verdad, en los que me siento pisoteada, siento que te ríes de cada enfermo, de cada profesional que se ha dejado la piel, y la vida.

Si acabas por lo que sea en una UCI recuerda: podía tocar y no lo creiste posible porque en algún momento te sentiste por encima del bien y del mal. Quiero que entiendas que yo te necesito a ti y tú me necesitas a mí. No podemos ir cada uno por nuestro lado.

Yo también quiero vivir fuera de estas paredes. Quiero dejar de sentir miedo cuando salgo o estoy en lugares con gente, quiero volver a ser yo.

 

Loading